miércoles, octubre 17, 2012

Hipstamatic - Michel Houellebecq


Esta semana pasada ocurrió lo que nunca debió ocurrir. Eso que sueño cuando una indigestión me abraza la boca del estómago o una fiebre se me encierra en los ojos. Eso que a uno le cuesta asimilar porque tritura la letra pequeña del pedacito de buena suerte que le corresponde en vida. Pues exactamente eso ocurrió hace apenas unos días. Eso que ahora es esto y que escribo gritando: Michel Houellebecq estuvo recitando en Antas (Almería) y no me enteré. No se puede ser más desgraciado. A unos setenta kilómetros de mi casa, y yo no me enteré.


Todo comenzó el domingo por la mañana. Después de prepararme el café y la tostada de aceite y sal, me puse frente al ordenador con la intención de trabajar un rato. Nada. Resistí poco. Entré en Facebook y estuve navegando en círculo hasta que la mañana se resquebrajó y empezó a ponerse verdaderamente fea. Fotografías y fotografías y más fotografías emergían de mi pantalla. En todas ellas Michel Houellebecq aparecía acompañado de algunos de mis amigos. Fumando. Sonriendo. Charlando. Mirándose. Michel Houellebecq. El escritor francés. Mis amigos. Cabrones afortunados. Escuchando, escribiendo, gesticulando. Michel Houellebecq. Maldita sea. Michel Houellebecq. Si hasta lo metí como personaje en una novela y tiene un anaquel exclusivo en mi biblioteca blanca de Ikea. El escritor francés. Las partículas elementales o La posibilidad de una isla. Todo ese tema. Michel Houellebecq.

He tardado días en reponerme. He estado jodido. Este asunto me ha dejado tocado de la cabeza. No he querido que me cuenten nada sobre esa tarde de sábado en los bajos de la oficina de correos. No sé si lo soportaría. Lo anunciaron en prensa y en las redes sociales. ¿Cómo no lo leí? ¿Cómo no supe de la presentación a las ocho y media en Antas? ¿Cómo no me topé con ese acto que había organizado la Asociación Cultural Argaria? Ahora tengo miedo de que sigan ocurriendo cosas que no deben ocurrir. Ya saben. Cosas terribles. Cosas que tengan que ver con Don Delillo, Philip Roth, Paul Auster, Carol Joyce Oates o Richard Ford, por poner algunos ejemplos. Cosas que ocurran en nuestra ciudad o provincia y de las que yo no tenga noticia. Me puede el miedo. Michel Houellebecq volvió a Almería, yo no me enteré y eso no debió ocurrir nunca.

miércoles, octubre 10, 2012

Hipstamatic - Un western


Esta mañana, de camino al trabajo, me he topado con un densísimo banco de niebla. No me ha sorprendido, la verdad. En esa zona, en las primeras horas del día y en esta época del año, es muy normal que florezcan buenos y fuertes campos de niebla. De hecho, la extrañeza me la habría provocado la situación contraria: que el mes se hubiera ido y la niebla no hubiera abandonado su escondrijo de piedra.

Esta mañana, a los pocos kilómetros de abandonar la autovía y seguir por la carretera comarcal, la espesura era tal que no me ha dejado más remedio que apartar el coche y detenerlo donde buenamente he podido. Para ser exactos, bien entrado un camino pedregoso que si tuviera que ubicar ahora mismo, dudo mucho que pudiera hacerlo con facilidad. En cuanto he perdido de vista las luces rojas del coche que me precedía y la niebla me ha engullido, se ha apoderado de mí esa sensación tan humanamente humana de estar a punto de caer por una grieta que conecta con el mismísimo infierno. Así que me he detenido, he salido del coche, he echado un vistazo a mi alrededor, he vuelto a entrar, le he dado volumen a la radio, he reclinado el asiento y así me he quedado un buen rato a la espera de que la carretera se dibujara de nuevo. Veinte minutos. Quizá treinta.

Cuando el tipo ha golpeado la ventanilla, porque es eso lo que ha ocurrido, que un tipo ha golpeado mi ventanilla, yo estaba centradísimo en la teoría que un economista se afanaba en desgranarnos en la clásica tertulia mañanera de la radio. Toc, toc. Un golpe más en el cristal y muy probablemente me habría provocado un ramillete de microinfartos y un sagrado ocular de consecuencias irreversibles. Vamos, que del susto me ha centrifugado los chacras. Sin bajar la ventanilla, le he hecho un gesto con la cabeza. Así que él, no exento de amabilidad, me ha pedido que la baje y me ha dicho más o menos esto:

Disculpe, esto es un camino privado. Aquí no puede quedarse. Más allá hay una estación de servicio. No creo que tenga problemas en llegar. Aquella de allí es mi casa, ésas son mis tierras y éste es mi camino. ¿Vale? Si quiere yo le indico para dar la vuelta. Llegado este momento ha hecho una pausa, ha mirado sus zapatos o el barro de sus zapatos y ha continuado hablando. ¿Te manda mi hermano? Es eso, ¿verdad? Pues le va a decir algo de mi parte. ¿Me está escuchando? Dígale que la próxima vez seré yo quien vaya a buscarle.

miércoles, octubre 03, 2012

Hipstamatic - Lila´s Café


Quienes han leído esta columna alguna que otra vez quizá tengan constancia de mi extraña y morbosa relación con los espacios. Aquí he tenido oportunidad de reflexionar sobre el rincón que me reservo en casa para trabajar durante todo el tiempo del mundo, sobre la atracción que despiertan en mí los lugares que el cine y la literatura han colado en los mapas de carretera o sobre una Almería huraña y encantadora que sólo me atrevo a perfilar en el cuaderno si es con jugo de limón. Son tres ejemplos. Pero a lo largo de las más de sesenta Hipstamatics publicadas en este periódico, el espacio, de una forma evidente o diluida, siempre ha estado serpenteando entre estas líneas, y mucho me temo que seguirá haciéndolo durante algún tiempo más.

Hoy, sin ir más lejos, es uno de esos días. Vuelve a ocurrir. Me preparo algo para beber, enciendo el ordenador y no me saco de la cabeza el Lila´s Café. Si vives en la ciudad, es muy probable que lo conozcas o hayas oído hablar de él. Un bar especializado en riquísima gastronomía francesa, con cócteles cuidadosamente exactos y alejadísimo del maldito ruido de fondo. Creo que sé de este lugar desde hace un par de años. Y aunque mis visitas suelen ser muy esporádicas, siempre que salgo de allí me llevo conmigo una extraña sensación de pertenencia.

Al Lila´s Café le sienta bien la lluvia. Parece que tuviera la mismísima voluntad azul del invierno. No me preguntéis por qué. Quizá sea porque los trenes no andan muy lejos de allí o por esa música tan de bufanda y guantes que suena todo el rato. Ya os digo que no lo tengo nada claro. Pero lo cierto es que una vez que estás dentro no te importaría que empezara a llover con furia en toda la manzana y el agua hiciera ese ruido que hace el agua contra el agua cuando todo se antoja perfecto. Quizá eso explique que la gente, mientras los camareros van y vienen despacio y el cine resuena mudo en la pared del fondo, sea consciente de una lluvia que nadie nombra por miedo a que no termine de llegar. Aunque, insisto, sólo es una rara suposición. Porque, en realidad, la única certeza con la que se sale de allí es la del Chablis entrando en el cuerpo y buscando acomodo en los ojos y en la nuca.