Sostiene
Alice Munro, la nueva y flamante Nobel de Literatura, que la felicidad más
constante es la curiosidad. No sé qué pensáis vosotros sobre el asunto. A mí me
parece una afirmación acertadísima. Creo que la curiosidad nunca comparte cama con
el óxido, la rutina, el reuma, el conformismo o el cliché. No son de la misma
especie. Se repelen. Quizá ni siquiera se conozcan entre ellos. La curiosidad
es hospitalaria y, a la vez, nos hace nómadas, inquietos. Nos aleja de la vida
crónica. No hay coordenadas para precisar hasta donde nos empuja la curiosidad.
Y eso está bien. Muy bien. Sabrás de qué te hablo si has saltado de libro en
libro o has pernoctado en alguno de ellos. Es ese mismo deseo que te condena a
probar nuevas especias y viejos licores; a sembrar semillas desconocidas; a ver
películas de las que todo el mundo habla; a visitar ciudades impronunciables; o
a abrir las ventanas de par en par. La curiosidad se come con los dedos y está
en todas partes. En el diccionario, tras las cerraduras, en los álbumes de
fotos, bajo la ropa, dentro de los bolsillos, más allá de la lengua y al otro
lado del espejo. Estés donde estés y mires donde mires, la curiosidad puede asomar
y empezar a retorcerse como un gusano, como un signo de interrogación. ¿Y si no
es lo que parece? ¿Debería entrar? ¿Quién grita? ¿Cómo termina todo esto? ¿Y si
no tiene final? ¿Lo cambiará todo? ¿Seguirá la vida? Creo que lo que más me
seduce de una persona es su curiosidad y la manera en que un día decidió
saciarla, hacerla tangible. La curiosidad que llevó a Philip Roth a escribir
más de treinta novelas. La curiosidad que empujó a Joan Massagué a darle de
hostias al cáncer. La que lleva a Andrés Iniesta a pasar el balón y que parezca
que también podría hacerlo yo. Y la que hace que mi madre invente una solución
cuando la cosa parece no tenerla. Admiro profundamente la curiosidad de quienes
nos enseñan, curan y ayudan. Que es la misma curiosidad de los poetas y los
científicos; de los filósofos y los cocineros. La curiosidad que una vez nos
hizo creer en la alquimia, en los dragones, en la eternidad, en Dulcinea del
Toboso, en la Alianza de Civilizaciones, en la máquina del tiempo y en la
teletransportación. La que ahora me acerca a Alice Munro. La que me lleva a
escribir este artículo. La que te impulsa a leerlo o a dejarlo a la mitad. La
curiosidad que, como una especie de hilo invisible, se tensa irremediablemente
entre tú y yo.
miércoles, octubre 16, 2013
jueves, octubre 10, 2013
Hipstamatic - De lo que hablamos en los autobuses
En el autobús se habla de la decadencia de Madrid. Una pareja comenta que la capital está cayendo en una especie de agujero oscuro y resbaladizo del que muy difícilmente volverá a resurgir. La ciudad de Madrid está herida de muerte, dice ella. La están dejando agonizar, añade él. Guardan silencio, se besan y se amasan pesadamente. Deberíamos ir algún fin de semana, acuerdan los dos. El autobús se detiene, nos bajamos y los persigo hasta que llego a la altura de la cafetería donde he quedado. Ellos siguen caminando como si nunca fueran a dejar de caminar el uno al lado del otro. Café con leche y media tostada de mantequilla y mermelada de naranja amarga. Supongo que ella no tardará en llegar. Así que abro el periódico y encuentro el origen de la conversación. Rafael Méndez y Álvaro de Cózar han publicado en El País un texto titulado “La decadencia de Madrid”. Dicen que la ciudad está en horas bajas, que su aeropuerto recibe menos turistas que nunca, que la vida nocturna se apaga, que sus calles están sucias, que parchean las carreteras, que cierran los bares y las cafeterías, que los grandes proyectos arquitectónicos están paralizados, que su deuda resulta asfixiante, que no sabe qué quiere ser o dónde quiere estar y que el declive cultural se lo está comiendo todo. No puedo evitarlo: acabo imaginando una ciudad apocalíptica tomada por el abandono, gobernada por zombis y perros rabiosos, casi arrasada por una especie de epidemia insaciable y sitiada por un foso de aguas estancadas. La ciudad de Madrid está herida de muerte, me digo. La están dejando agonizar. Entonces el miedo cae sobre mí y me cuestiono si Almería también está en decadencia. Si alguien podría escribir un artículo titulado “La decadencia de Almería” y no estar equivocado. Pienso en nuestro aeropuerto, en el casi testimonial número de destinos y en el insultante precio de los billetes. Recuento las horas que tarda un visitante en llegar en tren desde Sevilla o Madrid. Visualizo la mierda que se acumula en algunos barrios que no desembocan en La Rambla o en el Paseo, pero que dependen del mismo Ayuntamiento que La Rambla o El Paseo. Me vienen a la memoria el mito del soterramiento de las vías, la demolición del Toblerone y la construcción de los edificios de La Térmica. Intento perfilar inútilmente el proyecto cultural que las instituciones tienen pensado para esta ciudad. Me pregunto qué fue del Festival del Libro y la Lectura, del Festival de Poesía y Música, del proyecto de rehabilitación y aprovechamiento del Cable Inglés o de la apertura de la casa de José Ángel Valente. Cierro el periódico. Supongo que ella no tardará en llegar. Más me vale
jueves, octubre 03, 2013
Hipstamatic - Cuatrocientas cincuenta palabras
Vuelve
esta columna. Aumenta su extensión hasta alcanzar cuatrocientas cincuenta
palabras. Unos dos mil quinientos cincuenta caracteres. Espacios incluidos y
título aparte. Esta columna vuelve con el otoño, el cambio de hora, los presupuestos
generales del Estado, la educación por lo suelos, la rabia por las nubes, los
conciertos bajo techo, los planes de futuro, los borrones del pasado y la
esperanzadora intuición de que esta vez hemos llegado a tiempo de aprovechar,
al menos, un pellizco de tiempo. Así que he despejado mi mesa de libros,
cuadernos, papeles, periódicos, tazas, bolígrafos, semillas y migas de pan. He
pasado la bayeta y he dispuesto en una esquina lo indispensable. Aguja, hilo y
dedal. Lo he hecho con el convencimiento de que hay algunos asuntos sobre los
que puedo escribir con cierta solvencia, aunque esta vez no me haya decidido a
hacerlo. Me estoy refiriendo, por ejemplo, a todos los libros que este año
leeré y comentaré con mi amigo Isidoro mientras buscamos un rato de sol. A los largos
paseos que daré de aquí para allá hasta que me roben otra vez la bicicleta en
ese lento instante del descuido. Cabrones, devolvédmela. A la noche de los
jueves, de los viernes, de los sábados y de los domingos alternos. Estoy
hablando de ese hombre de pelo blanco, labios blancos y ojos casi blancos que
juró matarme antes o después, mientras inexorablemente se cerraba la puerta del
ascensor. De las veces que este vergonzoso Gobierno nos pondrá el alma a dieta
y aducirá razones de sobrepeso moral. De las veces que tú y yo coincidiremos en
el cineclub, en el dentista, en el trabajo, en el bar, en la calle, en Instagram, en la tienda de comida para
llevar y en esos poemas que tarde o temprano tendremos que leer si queremos que
algo cambie. Cuatrocientas cincuenta palabras para contar que en ocasiones hay
muy poco que contar, y aun así tenemos mucho que escribir. Dos mil quinientos
cincuenta caracteres para nombrar con los ojos todo aquello que no pasa de la
garganta o se nos amontona debajo de la lengua. Una Hipstamatic semanal. Cada miércoles. Como hoy. Que es el típico día
en que se me rompe el coche, creo haber visto a Stephen King en el aparcamiento
del Mercadona, me despierto un minuto antes de que toque el despertador o tengo
el presentimiento de que está a punto de caer esa gran nevada que todos
llevamos esperando días o siglos. Vuelve esta columna con ganas de mancharte la
punta de los dedos y el cristal de las gafas. Quiero saber de ti. Sienta muy
bien estar de vuelta.
miércoles, febrero 27, 2013
Hipstamatic - Invocación
Según cálculos del Observatorio Astronómico Nacional, dependiente del Ministerio de Fomento, la primavera comenzará el miércoles, veinte de marzo, a las doce y dos del mediodía, una hora menos en Canarias. Quiero dejar claro desde ya que me opongo frontalmente a esa realidad. Este año la primavera tiene que entrar antes. Sí o sí. ¿Me escucha alguien? Acepto sin reservas los tres eclipses que se producirán –dos de luna y uno de sol-, el cambio de hora del treinta y uno de marzo, la buena visibilidad de Saturno, Júpiter y Venus, y la previsión de una alta actividad magnética solar. No me voy a poner tiquismiquis en ese tipo de cuestiones. Pero exijo que se adelante todo lo posible la entrada de la primavera. Amigos, a estas alturas de la película, esta demanda es a todas luces innegociable. Repito, innegociable. Todos los esfuerzos que invirtamos son de vital importancia. Y si arrimamos las caderas, lo conseguiremos. Creedme. Lo que a continuación sigue es una breve guía práctica para que la primavera estalle mañana mismo.
En primer lugar, poned en un punto visible del armario las camisetas de manga corta. Desordenadlas por colores. Es importante que, en el hipotético caso de que llegue el fin del mundo en forma de zapato de fuego, nos pille en las terrazas de los bares. No nos salvará, pero nos lo tomaremos de otra manera. Leed algo de poesía en el autobús. Cada seis horas, diez o doce versos. Los que saben de esto dicen que la poesía siempre reverdece la lengua y los labios. Abandonad el asfalto con cierta frecuencia y seguid la orillita del camino, que no pasa nada por perderse de vez en cuando. Ahí están los vientos, los faros y las mareas por si nos da por preguntarnos hasta dónde hemos llegado esta vez. Las canciones, ya se sabe, las de siempre. Que mira tú por dónde nunca son las mismas. Los secretos, las luchas internas y los temores, como la ropa tendida: al aire libre. Es importante que, para que la primavera no nos rehúya, nadie se cuelgue el móvil en el cinturón ni acepte la riñonera como recurso estético. Cualquier énfasis que le dé a este último punto es poco. Por favor, no riñoneras y no móvil en el cinturón. No la caguemos. Vaciad el cajón de las medicinas y empezad cuanto antes con la hierba luisa, el tomillo y la albahaca, que huelen y suenan mejor que el ácido clavulánico. No os andéis con remilgos: saltad las tapias para robar limones a manos llenas. Y lo más decisivo de todo: no volváis a casa antes de las doce. Total, ¿qué podemos perder por intentarlo?
miércoles, febrero 20, 2013
Hipstamatic - La mujer invisible
Ponte en situación. El camarero le pregunta por la bebida. Buenas tardes, ¿qué desea beber la señora? La mira con atención manoseando un pequeño cuaderno y un bolígrafo mordisqueado. Ella sonríe y él simplemente estira los labios. Se mantienen así durante más de diez segundos. Que vienen a ser unos quince latidos de ambos corazones. Ella no contesta, así que el camarero vuelve a formularle una nueva pregunta: ¿Desea que vuelva en un rato? Pero nada. Más sonrisa y más silencio. El chico que toma café en la mesa de al lado, deja de mirar su móvil y se concentra en aquello que no dice ella. En la Nada que parece taponar la hemorragia de un Todo. Señora, ¿desea beber algo? Y su gesto es como un latigazo. Coge un recipiente metálico que hay sobre su mesa y lo lanza más allá de la barra. No alcanza a nadie, pero un buen puñado de tazas acaba en el suelo y algunos clientes no son capaces de reprimir los gritos. El camarero, que de repente siente frío en la espalda y en la cabeza, se queda mirando a su compañero y le hace un gesto con los hombros que no viene a significar nada. Entonces ya sí empieza el ruido. Las quejas, los insultos y las amenazas con llamar a la policía. Pero ella ya está en algún punto lejano de sí misma. Y siente que se ha desencadenado una especie de musical a su alrededor. Las lámparas tartamudean y todos, camareros y clientes, giran hasta marearse y perder el equilibrio, borrachos de tristeza. Es así como lo ve ella, que se ha puesto unas gafas de sol enormes y sonríe con más entusiasmo que antes. Porque está cansada de que nadie la vea. De sospechar que tiene la misma naturaleza que un fantasma o una sombra. Así que mientras todos bailan y cantan a su alrededor, piensa que en esa cafetería, a la que viene todas las tardes desde hace seis meses a beberse dos copas de vino tinto, ya no volverán a olvidarse de ella. Y que quizá también debería de hacer lo mismo en la gasolinera donde reposta cada lunes y le preguntan si diesel o súper. Y en el taller donde pasa la revisión del coche, en el gimnasio que hay dos calles más abajo de su casa y que frecuenta los martes y los jueves, y en la tienda de comida para llevar de los fines de semana. Lo ve claro, y todos bailan y cantan a su alrededor. Quince latidos cada diez segundos. Seis o siete corazones. Es suficiente para comprobar que ya es capaz de hacerse visible. Así que se alegra de que la música suene fuerte en su cabeza.
miércoles, febrero 06, 2013
Hipstamatic - El ruido (I)
Este personaje conduce su citröen a ciento veinte kilómetros por hora. Lo hace por una autovía, dirección al sur, y son las dos y media de la madrugada. El coche emite un ruido. Lleva haciéndolo un buen rato. De hecho, ya lo hacía a la ida. Da la sensación de que dos piezas metálicas rozan cuando las ruedas cambian de dirección con suavidad. Le baja el volumen a la radio, levanta el pie del acelerador y, sin apartar la vista de la carretera, aproxima la cabeza al volante. Y ahí está. Va y viene. O se intensifica y afloja. No lo sabe. Pero el ruido está ahí, constante, hiriente. Maldice cien millones de veces las tripas de ese cacharro y vuelve a subir el volumen de la radio. Está hablando una mujer sobre un gran terremoto, y lo hace tan insoportablemente despacio que adormece. Así que termina por apagarla y fijar la mirada en los destellos que escupen los quitamiedos. Como teme reconcentrarse en su cansancio, empieza a enumerar las hipotéticas razones del graznido que emite el coche. Y lo hace en voz alta: los discos de freno, la dirección asistida, los rodamientos, el amortiguador izquierdo. Hasta que sus reflejos le tensan los músculos de brazos, cuello y cara, y da un volantazo hacia la izquierda e intenta corregirlo con otro hacia la derecha. Sin saber qué ha pasado exactamente, se encuentra detenido muy cerca del arcén y el interior del coche huele a plástico derretido, a campo de batalla. En apenas dos segundos, apaga el motor, se quita el cinturón y sale afuera. Los faros siguen encendidos. Tiene la sensación de que un animal salvaje se le ha cruzado. De hecho, si cierra los ojos, puede reconstruir en su imaginación lo que parece un enorme espinazo de pelo recio. Podría decirse que de un jabalí muy oscuro. Tan oscuro como la mismísima nada. ¿Estás bien? Al principio cree que es él mismo quién se hace la pregunta, como si fuera una especie de mecanismo interno contra el miedo o la noche. Pero la segunda vez que la escucha sabe que no es así. La pregunta viene del exterior, se le cuela entre las costillas y se aloja en su pecho. Amigo, ¿estás bien? Es un hombre de unos cincuenta años y viste, a pesar de las bajas temperaturas, unos vaqueros, una camiseta blanca de manga corta y unas zapatillas deportivas. Su voz parece rebotar en el frío y las luces del citröen lo envuelven como si quisieran engullirlo. Te has debido de dar un buen susto. Era una auténtica bestia. ¿Estás bien?
viernes, febrero 01, 2013
Dietario
Para mis familiares que viven en el extranjero:
1.- El martes presenté Mi padre y yo. Un western en Granada. Muchas gracias a todos los que me acompañasteis física y jurídicamente. No olvidaré ese momento en que Stephen King se nos cruzó en la autovía. En breve daré más información sobre próximas presentaciones.
2.- Diario Kafka ha dedicado la semana a "Padres e hijos", así que he tenido la posibilidad de presentar Mi padre y yo. Un western a sus lectores. Podéis leerlo AQUÍ.
3.- El programa Es la vida de Canal Sur Radio me hizo una entrevista bastante simpática. También es posible escucharla. En este AQUÍ.
4.- Sumamos dos reseñas más. Una de Javier Rodríguez en su blog de librero y otra de Alfonso López en el periódico asturiano La Nueva España.
5.- Mientras tanto, seguimos tecleando para Diario Kafka. Este es el perfil donde se van almacenando mis textos.
miércoles, enero 23, 2013
Hipstamatic - Diario de invierno
Acabo de leer Diario de invierno. Anoche lo terminé. Es uno de los últimos libros del escritor Paul Auster. Lo cierto es que me lo compré hace ya algún tiempo, pero no me decidí a hincarle el colmillo hasta que me entregué a la lectura de Aquí y ahora, la correspondencia cruzada entre Paul Auster y J. M. Coetzee, y a la que, en unas semanas, tengo pensado dedicarle uno de estos artículos. En una de las cartas que aglutina este volumen, el escritor norteamericano dice que ha abandonado la escritura de un libro cuando ya lo tenía en una fase bastante avanzada. Aquello le inquieta. Le produce cierta desazón. Tanto es así que llega a preguntarle a Coetzee si él se ha visto en una situación semejante a lo largo de su larga y honda carrera literaria. Lo cierto es que, para sorpresa mía, poco después se puede leer en otra carta que ya está escribiendo otro libro. Y un poco más adelante, que ya lo ha terminado. Por la información que da, se puede deducir que es Diario de invierno. Y el tiempo que transcurre entre el abandono de un libro y el punto final del nuevo no sobrepasa los cinco meses. ¡Cinco meses! Y esto es precisamente lo que me lleva a pensar, mientras reprimo mis ganas de arrojar el portátil por el balcón: joder, qué capacidad de producir literatura.
Como digo, anoche terminé de leer Diario de invierno. No pude contener el deseo de comprobar qué era capaz de idear, escribir y corregir este hombre en un plazo de cinco meses. Y a decir verdad, aunque me ha parecido un libro irregular, tal y como me lo parecieron algunos de sus últimos títulos, creo que tiene algunas páginas memorables. Estoy hablando de una parte muy concreta del libro. Aquella en la que el narrador enumera y se adentra en cada una de las casas donde el personaje principal, un “tú” que viene a ser el propio Paul Auster, ha vivido a lo largo de sesenta y tantos años. Veintiún domicilios permanentes, los llama él. Porque mientras estoy leyendo y me dejo seducir por cada una de las habitaciones y de sus ruidos, de los crujidos del suelo y los planes de futuro, de las equivocaciones y las segundas oportunidades, empieza a quedarme claro que para escribir según qué cosas lo de menos son los cinco, ocho o doce meses que inviertes en la tarea. Entonces no me queda otra que buscar mi cuaderno, tomar nota y encajar el golpe. Sobre todo eso: encajar el golpe.
martes, enero 22, 2013
Una buena semana
En un hueco, analizo la calidad del agua y bajo al cuarto de máquinas para echarle un vistazo al motor, a la bomba y a los filtros. La piscina funciona. Debería frecuentarla con más frecuencia, eso es verdad, pero es que últimamente me dedico a fundir los lingotes de tiempo en mil menesteres. Algunas novedades que quizá a nadie interesen, salvo a mi familia más cercana:
- Andrés Neuman recomendó la lectura de Mi padre y yo. Un western. Lo hizo en Hora 25, de la Cadena Ser, y los diálogos consiguieron sacarle la risa a Angels Barceló. Esa noché me costó conciliar el sueño. Las cosas del directo. Si te apetece escuchar la intervención de Neuman hablando sobre el libro, este es el ENLACE.
- Acabo de leer una reseña de Mi padre y yo. Un western. La firma Agustín Calvo Galán en Revista de letras. Y me ha gustado. Fundamentalmente porque habla bien del libro. Mil gracias, Agustín. No nos conocemos, pero si vienes al sur, conozco algunos bares entrañables. Reseña AQUÍ.
- Si alguna vez le pongo fajín al libro, muy probablemente utilice las palabras de Lolita Bosch: "Sugiero leer Mi padre y yo, un western, de Juan Manuel Gil. Una relación de profundo amor entre un padre y un hijo, sintetizada en una pocas páginas. Un libro enternecedor y sincero. Edición, fantástica. Es corto, pero preciso. Y la pasé bien leyéndolo".
Resumo la idea principal: ha sido una buena semana.
lunes, enero 14, 2013
Todo es muy kafkiano
Algunas cosas que han pasado desde la última vez:
a) Estuve en emisoras de radio. Lamentablemente no tengo todos los Podcast. Y los que tengo no sé subirlos. No obstante, aquí se puede escuchar mi participación en el programa "Las afueras", de Radio Universidad de Huelva. [Escuchar programa].
b) El escritor Antonio Mochón ha escrito en Tendencias21 sobre Mi padre y yo. Un western. Me gustó muchísimo leer sus palabras. Me descubrió cosas con las que estoy totalmente de acuerdo. Puedes leerlo AQUÍ.
c) Óscar Santos, autor de Infierno sostenido -libro que me trastornó cuando lo leí por primera vez-, escribió en su blog sobre Mi padre y yo. Un western. Esta vez me emocioné. [Leer reseña]
d) He comenzado a escribir en Diario Kafka con más asiduidad. A partir de ahora, seré uno de los encargados de escribir los Diarios-Noticias. Estoy más contento que la palabra contento en sí misma. En este enlace se irán aglutinando todos: Almacén.
miércoles, enero 02, 2013
Cadena ser - Hoy por hoy
Hace unos días estuve en la Cadena Ser: Hoy por hoy, Almería. En este enlace me podeís escuchar hablar sobre Mi padre y yo. Un western. Allá por el minuto 19 y unos segundos. Aprovecho para dar las gracias a todos los amigos y amigas que me acompañaron en la presentación del libro. Fue muy emocionante. Soy un tío feliz.
miércoles, diciembre 19, 2012
Presentación y Canal Sur Radio
Estuve con María Jesús Recio en Canal Sur Radio. Hablamos durante un rato de Mi padre y yo. Un western. A quien le apetezca escucharlo, sólo tiene que pinchar AQUÍ e irse al mínuto veinte. Por cierto, estos son los datos de la presentación en Almería:
Presentador: Mi admirado Evaristo Martínez (Jefe de la sección Vivir de La Voz de Almería)
Lugar: Librería Picasso (Avda. Reyes Católicos)
Día: 28 de diciembre. Día de los Santísimos Inocentes.
Hora: 20:00
Me harás muy feliz si vienes.
martes, diciembre 18, 2012
lunes, diciembre 17, 2012
La tienda en casa
Ya está a la venta mi último libro: Mi padre y yo. Un western. Para aquellos que estén interesados en comprarlo pueden hacerlo bien on line pinchando aquí, aquí, aqui y aquí, o pidiéndolo en su librería habitual -poco a poco irá llegando a muchísimos puntos de venta-. La librería Picasso, por poner un ejemplo, ya le ha dado cobijo a un buen puñado de libritos.
miércoles, diciembre 12, 2012
Hipstamatic - Navidad
Imagen: Carmona Errata
Feliz navidad. Ya está aquí el tiempo del amor y la paz por aspersión. Inventen chimeneas hogareñas y repongan las botellas de anís religiosamente. Que los contadores de la luz giren con el brío de los villancicos y del parpadeo epiléptico de las luces. Defiendan la navidad, coño. Que es una vez cada doce meses. Tampoco van a dejarse la vida en ello, que se quejan de vicio. Les hago una advertencia, eso sí: no les va a resultar tan fácil cómo imaginan. Hay algunos contratiempos. Nada insalvable, como es lógico, pero tenemos que prepararnos cuidadosamente. Deberán estar muy atentos a lo que viene a continuación.
Feliz navidad. Ya está aquí el tiempo del amor y la paz por aspersión. Inventen chimeneas hogareñas y repongan las botellas de anís religiosamente. Que los contadores de la luz giren con el brío de los villancicos y del parpadeo epiléptico de las luces. Defiendan la navidad, coño. Que es una vez cada doce meses. Tampoco van a dejarse la vida en ello, que se quejan de vicio. Les hago una advertencia, eso sí: no les va a resultar tan fácil cómo imaginan. Hay algunos contratiempos. Nada insalvable, como es lógico, pero tenemos que prepararnos cuidadosamente. Deberán estar muy atentos a lo que viene a continuación.
Les hablarán de bancos de alimentos, de gente pasando hambre, de muchísima desesperación. Pero están exagerando. No hace falta que yo lo diga. Se les ve en los ojos. Están deseando contaminar nuestro ánimo con ese asunto de los desahucios, de la privatización de la sanidad pública y de los recortes en educación. Abandonemos ya la demagogia barata, señoritingos. ¿Es que ni siquiera vamos a respetar la navidad? Esta gente es golpista por naturaleza. (Esto lo he escuchado por ahí). Es más, os invitarán a hacer huelga en defensa de vuestros derechos, a protestar en nombre de las injusticias sociales, a exigir la dimisión de políticos de dudosa reputación o a gritar a los cuatros vientos esa manida cantinela de que a los bancos sí los rescatan pero a los ciudadanos no. Menudo discurso. ¿Aún no han descubierto que la realidad es algo más compleja que todas esas proclamas? Ustedes, cuando sean abordados, tienen que intentar que se queden con alguna de estas cuatro ideas básicas: 1) Qué rápido izamos la bandera de los derechos y qué bien doblamos y guardamos la de los deberes. 2) Señores, ¿huelga? Que ustedes al menos tienen trabajo. ¿Lo han olvidado? 3) Con qué energía demandan la dimisión de quienes nos guían ahora y qué calladitos estaban cuando gobernaba el de la ceja. Eso es jugar sucio. 4) ¿Salvar los bancos? ¿Pero ustedes saben cómo funciona el sistema financiero? Nosotros somos ese sistema financiero. Si los bancos caen, queridos amigos, nos convierten en una plasta viscosa. Más vale que se mantengan erguidos durante muchísimo tiempo.
En fin. Más o menos en esa línea. Con estas cuatro ideas –muy de andar por casa, por cierto-, quizá puedan evitar que les amarguen la navidad. Con las cuatro ideas, y con lo de antes: chimeneas, luces de navidad, villancicos y anís. Sobre todo anís.
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