El tren
Hace una semana, cuando el calor había pasado a ser una ordinaria con el pelo recogido en un moño y una garganta atronadora, saqué un billete de tren y me fui a comprobar qué tal andaba mi aparato locomotor y respiratorio. Con ese fin, y con el de encontrarme con unos viejos amigos que no le temen al cambio climático, me planté en el centro de Sevilla, junto a ese termómetro que siempre marca 45 ºC en la televisión, y con la mano izquierda agarre fuertemente el poste metálico que lo sostiene.
Tengo que decir que allí no había nadie. Al menos cuando solté el alarido por abrasión nadie apareció a socorrerme o a pedirme que dejara de gritar a la hora de la siesta. Así que hasta la siete de la tarde más o menos, que fue cuando empezó a salir gente de algunas bocacalles y portales, estuve convencido de que Sevilla estaba cerrada por vacaciones o, peor aún, había sido completamente arrasada por el virus de la ira.
Explico esta desasosegante situación en el centro de una ciudad, bajo un sol de justicia, durante más de cuatro horas, solo, a la vera de un termómetro que probablemente emitiera radiaciones nocivas, para añadir que el trayecto en tren fue muchísimo más destructivo e insoportable. Sé que es un viejo truco de la retórica, pero es que no miento una pizca si digo que fue así. Casi seis horas en un tren que alguien, sumido aún en la celebración de un Gran Premio de Fernando Alonso, decidió llamar R-598; seis horas en un tren que te invita a fundirte con el paisaje andaluz, sobre todo en los tramos que no superas los 45 km/h; seis horas en un tren que, en un exceso de gastronomía minimalista, lleva a bordo una máquina de refrescos y patatas fritas; seis horas en un tren que te seduce, vía tecnología punta, con una pantallita que advierte al pasajero de la próxima parada, la temperatura exterior y la hora peninsular; seis horas en un tren que parecen doce. Cada día estoy más convencido de que los coches oficiales de los cargos políticos son perjudiciales para la ciudadanía. Bien distinta sería la cosa si cada vez que tuvieran que viajar a Sevilla, que imagino que será a menudo, dejaran aparcado el coche y emprendieran el viaje en el irónico Tren de Fernando Alonso.
Sundown
Hay cafeterías, teatros, jardines y playas que acaban siendo el meridiano cero de su ciudad. Es decir, cualquier punto que vayas a fijar en un callejero cobra sentido cuando trazas la línea más corta que lleva a ese espacio-Greenwich. A partir de ese momento es más sencilla la orientación y el paso más liviano. Conozco algunas cafeterías o pubs que han llegado a trazar esa línea en algunas ciudades. Son el caso de ‘La Carbonería’ en Sevilla, ‘La Comuna’ en Córdoba o ‘El Piso’ en Málaga. Lugares que uno no tarda en darle categoría de muesca en el horizonte, como lo fue el lunar sobre el labio de Marilyn.
En Almería parece estar claro que el gran espacio-Greenwich es el Parque Natural de Cabo de Gata. Todo las posibles líneas de huida son irradiadas por ese impresionante animal de piel dura y ojos brillantes. Pero quizá necesitábamos un punto que se extendiera sobre sí mismo en cuanto llegara la puesta de sol, que nos engatusara y metabolizara la sal de nuestro cuerpo, que nos diera de beber cuando nos queda casi todo por decir. Ese lugar ya es una realidad. Se llama Sundown Coffee Hall y se broncea en el Paseo Marítimo de Cabo de Gata (www.sundowncabodegata.com). Tiene el mismo peso atómico que el oxígeno y el hidrógeno, y su fotosíntesis no dista demasiado de la de cualquier planta rica en clorofila: cócteles, carta de vinos y cervezas, tapas de cuidada elaboración y un atractivo diseño del espacio y su mobiliario. Un lugar que no tiene pérdida para los que buscan el extravío, las últimas horas del día y la línea más corta que lleve al meridiano cero. Aconsejo que, si deciden ir, lo hagan a la hora de la puesta de sol. Es probable que también le den la categoría de muesca en el horizonte. Si sucede así, me gustará saberlo. Déjenlo escrito en La casa del nadador.
Juan Manuel Gil
Hace una semana, cuando el calor había pasado a ser una ordinaria con el pelo recogido en un moño y una garganta atronadora, saqué un billete de tren y me fui a comprobar qué tal andaba mi aparato locomotor y respiratorio. Con ese fin, y con el de encontrarme con unos viejos amigos que no le temen al cambio climático, me planté en el centro de Sevilla, junto a ese termómetro que siempre marca 45 ºC en la televisión, y con la mano izquierda agarre fuertemente el poste metálico que lo sostiene.
Tengo que decir que allí no había nadie. Al menos cuando solté el alarido por abrasión nadie apareció a socorrerme o a pedirme que dejara de gritar a la hora de la siesta. Así que hasta la siete de la tarde más o menos, que fue cuando empezó a salir gente de algunas bocacalles y portales, estuve convencido de que Sevilla estaba cerrada por vacaciones o, peor aún, había sido completamente arrasada por el virus de la ira.
Explico esta desasosegante situación en el centro de una ciudad, bajo un sol de justicia, durante más de cuatro horas, solo, a la vera de un termómetro que probablemente emitiera radiaciones nocivas, para añadir que el trayecto en tren fue muchísimo más destructivo e insoportable. Sé que es un viejo truco de la retórica, pero es que no miento una pizca si digo que fue así. Casi seis horas en un tren que alguien, sumido aún en la celebración de un Gran Premio de Fernando Alonso, decidió llamar R-598; seis horas en un tren que te invita a fundirte con el paisaje andaluz, sobre todo en los tramos que no superas los 45 km/h; seis horas en un tren que, en un exceso de gastronomía minimalista, lleva a bordo una máquina de refrescos y patatas fritas; seis horas en un tren que te seduce, vía tecnología punta, con una pantallita que advierte al pasajero de la próxima parada, la temperatura exterior y la hora peninsular; seis horas en un tren que parecen doce. Cada día estoy más convencido de que los coches oficiales de los cargos políticos son perjudiciales para la ciudadanía. Bien distinta sería la cosa si cada vez que tuvieran que viajar a Sevilla, que imagino que será a menudo, dejaran aparcado el coche y emprendieran el viaje en el irónico Tren de Fernando Alonso.
Sundown
Hay cafeterías, teatros, jardines y playas que acaban siendo el meridiano cero de su ciudad. Es decir, cualquier punto que vayas a fijar en un callejero cobra sentido cuando trazas la línea más corta que lleva a ese espacio-Greenwich. A partir de ese momento es más sencilla la orientación y el paso más liviano. Conozco algunas cafeterías o pubs que han llegado a trazar esa línea en algunas ciudades. Son el caso de ‘La Carbonería’ en Sevilla, ‘La Comuna’ en Córdoba o ‘El Piso’ en Málaga. Lugares que uno no tarda en darle categoría de muesca en el horizonte, como lo fue el lunar sobre el labio de Marilyn.
En Almería parece estar claro que el gran espacio-Greenwich es el Parque Natural de Cabo de Gata. Todo las posibles líneas de huida son irradiadas por ese impresionante animal de piel dura y ojos brillantes. Pero quizá necesitábamos un punto que se extendiera sobre sí mismo en cuanto llegara la puesta de sol, que nos engatusara y metabolizara la sal de nuestro cuerpo, que nos diera de beber cuando nos queda casi todo por decir. Ese lugar ya es una realidad. Se llama Sundown Coffee Hall y se broncea en el Paseo Marítimo de Cabo de Gata (www.sundowncabodegata.com). Tiene el mismo peso atómico que el oxígeno y el hidrógeno, y su fotosíntesis no dista demasiado de la de cualquier planta rica en clorofila: cócteles, carta de vinos y cervezas, tapas de cuidada elaboración y un atractivo diseño del espacio y su mobiliario. Un lugar que no tiene pérdida para los que buscan el extravío, las últimas horas del día y la línea más corta que lleve al meridiano cero. Aconsejo que, si deciden ir, lo hagan a la hora de la puesta de sol. Es probable que también le den la categoría de muesca en el horizonte. Si sucede así, me gustará saberlo. Déjenlo escrito en La casa del nadador.
Juan Manuel Gil
6 comentarios:
Cosas de caos veraniego, sí.
Me ha gustado el relato.
Saludos!
Qué razón tienes, amigo.
Aquí, en verano, la gente desaparece como si se la hubiera tragado la tierra. Es "la peste" de la calor.
Huyen a las playas de huelva, málaga y cádiz (sobre todo las de cádiz) como si de una botella de óxigeno se tratara.
En cualquier caso, bendita "peste" que permite a los ladrones entrar y salir de las casas que son de otros. Aún con el temor de ser descubiertos.
No crees?
¿Sundowncofe qué?
¿Y qué ha sido de "la herminia" (bardelaherminia.notengoweb.com), El Alquián, Al, Sp.?
*Sniff* Eso sí que era un meridiano. ¡Vivan las huevas de Greenwich y de "ahí abajo"!
P.
muchas gracias, nacho.
amigo anónimo, en esta casa siempre, en un despiste, dejaré abierta la ventana del balcón. entra mientras duermo, me ducho o riego el hibisco blanco. compartiré contigo el temor a ser descubierto.
amigopaul, no me digas que has estado en el sur y no me has dicho ojos verdes tienes. ven conmigo al bardelaherminia.
Viva el Bar de la Herminia y viva el tiempo haciendo tic tac....que entre otras cosas nos hirguió y nos dió algún que otro fruto jugoso como los vicios y los placeres oscuros...-
S-u-n-d-o-w-n c-o-f-f-e-e-h-a-l-l...
Que si hemos aprendido a decir Ronaldinho...Shakespeare...etc..estoy completamente seguro de que aprenderemos a decir Sundown Coffeehall en breve y sin que se nos haga la lengua un nudo...ánimo!!
Sr.Gil...es usted un buen artista...escribir lo que ha escrito de una simple y humilde tasca conmtemporánea...
Un saludo y a ver si vuelves pronto por aqui con tu maravillosa mujer.
M.
k amargo sabor dejan algunos cafés en el Bar de la Herminia o en el Sundown Coffeehall. Ya no recuerdo bien. Debieran disponer de más azúcar, o más bien debieran tomársela toda junta antes de decir algunas "burradas" que hieren hasta el paladar de los más sensibles.
Ánimo. Seguro que para lal próxima vez, teneis el azúcar suficiente.
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