En el último número de El Maquinista de la Generación, el brutal y electromagnético escritor Antonio Orejudo ha publicado una reseña de Inopia que parte la pana. Esta vez dedican el monográfico a la narrativa andaluza actual y bien merece la pena tener un ejemplar a mano. Háganse con él. En serio. Enlazo la primera página del artículo y, seguidamente, copio el texto que se corresponde con la misma. Este texto ya es para mí como un hijo. Quizá más.
DESAPARECIDOS
(Sobre Juan Manuel Gil: Inopia, Almería, El Gaviero Ediciones, 2008.)
Antonio Orejudo
(Sobre Juan Manuel Gil: Inopia, Almería, El Gaviero Ediciones, 2008.)
Antonio Orejudo
Uno. Paramos a echar gasolina en el área de servicio. Mientras yo llenaba el depósito, ella entró al baño. Pagué el combustible, cogí el periódico y esperé a que saliera. Pero no volví a verla nunca más.
Dos. Un día recibí un paquete de mi amigo. Contenía 9 rollos de película en súper 8 y una carta donde explicaba lo sucedido. Una mañana se había despertado y se había dado cuenta de que su cámara se había quedado encendida sobre el trípode toda la noche. Accidentalmente había filmado su sueño. Movido por la curiosidad, mi amigo reveló la película, pese a que ver a un hombre durmiendo en un plano fijo de seis horas no parecía a primera vista un plan muy interesante. Y sin embargo algo había en esas seis horas de filmación que lo desazonó. Me invitaba a que lo viera. Era el rollo número 1. Durante horas mi amigo no hacía otra cosa salvo dormir; se daba la vuelta a la derecha, se daba la vuelta a la izquierda, se tapaba, se destapaba, se incorporaba en sueños y volvía a echarse. Nada de particular hasta la mitad del rollo. Entonces, por espacio de un segundo, apenas unos cuantos fotogramas, la película se velaba. Mi amigo desaparecía de la imagen, pero en seguida volvía a aparecer. Era un defecto de la película. Eso pensó mi amigo. Bueno, eso pensé yo. Mi amigo pensó otra cosa, y a la noche siguiente dejó, esta vez conscientemente, la cámara encendida durante sueño. El resultado estaba en el rollo 2. En él se veía a mi amigo durmiendo tan inquieto como la noche anterior, y hacia la mitad del rollo la película volvía a velarse. Esta vez era un intervalo mayor. Convencido de que aquello no era una casualidad, mi amigo repitió la operación varias noches seguidas. En los rollos 3, 4, 5 y 6 el intervalo de película velada era cada vez mayor. En los rollos 7, 8 y 9 aquel extraño fenómeno ya no parecía un defecto de la película. Era más bien como si la cámara lo succionara, lo abdujera, lo arrebatara y lo trasladara a otra dimensión. ¿Dónde estoy en todo ese tiempo? ¿Dónde me lleva?, preguntaba mi amigo en la carta. Y añadía: no puedo dejar de filmarme, es una especie de adicción, y cada vez me siento más débil, como si la cámara me estuviera chupando la sangre. Te escribo, me decía, poco antes de cargar la cámara con el décimo rollo que no encontrarás en el paquete que te envío. Si sucede lo que temo, el décimo rollo estará ahora mismo en la cámara, y la cámara en mi apartamento. Ven, me pidió. Y yo fui. Y abrí la puerta y cuando entré la cámara todavía filmaba, pero amigo no estaba en la cama. Mi amigo había desaparecido.
La primera desaparición está tomada de una producción franco holandesa, The Vanishing, de George Sluizer, la película más aterradora que he visto jamás, si no cuento El cebo, de Ladislao Vajda, que me atormentó siendo niño, y que también trata de desapariciones. La segunda está tomada de la película más inquietante que haya hecho jamás en España, Arrebato, de Iván Zulueta, estrenada en 1979, el mismo año que nació Juan Manuel Gil. Las dos desapariciones bien podrían formar parte de Inopia, uno de los libros más interesantes e inquietantes que se han escrito en España en lo que llevamos de siglo.
Las dos desapariciones venían una y otra vez a mi cabeza, mientras leía las historias fragmentadas y entrecruzadas que sostienen el texto de Juan Manuel Gil: la historia de Héctor y Lola, a los que les gusta desaparecer pero al mismo tiempo seguir siendo vistos; la historia de Pier Paolo Pasolini (P.) y la de Marco Pantani, que desaparecieron sin dejar rastro; la historia de Carmela y Yassine, que desaparecen para dejar de ser invisibles; la historia del bibliotecario Mateo Garcés, que desaparece por el sumidero de su propio sueño; la historia del traductor Jules Jameux, que sólo dejo al desaparecer olor a amoniaco; la historia de Mónica Barragán, que se esfumó en el trayecto hacia el autobús; y las historias de Michel Houellebecq, de Teresa, o de Tariq Sadikki, que simplemente desaparecieron porque sí.
Cuando la literatura que se está haciendo en España a principios del siglo XXI se estudie en la universidad como estudiamos la del Siglo de Oro, se dirá que este es un período de transición y de búsqueda. De transición entre dos culturas brutalmente contrapuestas. No sé cómo las llamarán: la cultura libresca y la cultura electrónica, quizás; la cultura literaria y cultura la audiovisual, tal vez. Y de búsqueda. Búsqueda de nuevos temas o de nuevos modos de contar los temas de siempre.
Hasta el siglo XIX la novela fue la reina de la narración y del ocio. Si alguien quería contar algo, lo contaba en una novela. Si alguien quería vivir una nueva experiencia leía una novela. Si alguien quería viajar, leía una novela. Con la aparición del cine la novela cedió muchas de sus competencias. Tuvo que ceder en primer lugar ciertos temas, como las narraciones de aventuras o de piratas, y también cierta manera de contar las cosas. El relato lineal, por ejemplo, tan decimonónico y tranquilizador con su principio, su nudo y su desenlace, quedaba mejor contado en imágenes. Desde entonces y hasta ahora la novela no ha hecho sino replegarse, ceder competencias a las diferentes modalidades de ocio y entretenimiento que han ido apareciendo. Las novelas ya no ofrecen nuevas experiencias. Para eso están las drogas, que se han democratizado durante todo el siglo XX; o los videojuegos, o la realidad virtual, cada vez más sofisticada y eficaz, o las compañías aéreas de bajo coste, gracias a las cuales podemos ir por muy poco dinero a lugares donde antes sólo nos llevaba la imaginación. Y en cuanto a la función de retratar un lugar, un paisaje, un tipo curioso, un ambiente o una atmósfera peculiar, traer a los ojos lo llamaban los retóricos, es mejor comprarse una buena cámara digital, y colgar las fotos en nuestra página web.
En estos periodos de transición y búsqueda que se han repetido muchas veces a lo largo de la historia sólo hay dos actitudes artísticas: la primera es seguir cocinando la tortilla de patatas de siempre, como si nada hubiera cambiado a nuestro alrededor. La segunda es buscar. Buscar esos temas que solo pueden ser tratados con palabras. Buscar en qué ámbitos la sintaxis es superior a la imagen e incluso a la experiencia. Buscar, ya que la novela ha sido destronada, un nuevo reino. Buscar modos nuevos de contar, delimitar la pequeña parcela que se nos ha quedado a los escritores, tras haber cedido buena parte de nuestro territorio a las nuevas modalidades de ocio y entretenimiento.
Dos. Un día recibí un paquete de mi amigo. Contenía 9 rollos de película en súper 8 y una carta donde explicaba lo sucedido. Una mañana se había despertado y se había dado cuenta de que su cámara se había quedado encendida sobre el trípode toda la noche. Accidentalmente había filmado su sueño. Movido por la curiosidad, mi amigo reveló la película, pese a que ver a un hombre durmiendo en un plano fijo de seis horas no parecía a primera vista un plan muy interesante. Y sin embargo algo había en esas seis horas de filmación que lo desazonó. Me invitaba a que lo viera. Era el rollo número 1. Durante horas mi amigo no hacía otra cosa salvo dormir; se daba la vuelta a la derecha, se daba la vuelta a la izquierda, se tapaba, se destapaba, se incorporaba en sueños y volvía a echarse. Nada de particular hasta la mitad del rollo. Entonces, por espacio de un segundo, apenas unos cuantos fotogramas, la película se velaba. Mi amigo desaparecía de la imagen, pero en seguida volvía a aparecer. Era un defecto de la película. Eso pensó mi amigo. Bueno, eso pensé yo. Mi amigo pensó otra cosa, y a la noche siguiente dejó, esta vez conscientemente, la cámara encendida durante sueño. El resultado estaba en el rollo 2. En él se veía a mi amigo durmiendo tan inquieto como la noche anterior, y hacia la mitad del rollo la película volvía a velarse. Esta vez era un intervalo mayor. Convencido de que aquello no era una casualidad, mi amigo repitió la operación varias noches seguidas. En los rollos 3, 4, 5 y 6 el intervalo de película velada era cada vez mayor. En los rollos 7, 8 y 9 aquel extraño fenómeno ya no parecía un defecto de la película. Era más bien como si la cámara lo succionara, lo abdujera, lo arrebatara y lo trasladara a otra dimensión. ¿Dónde estoy en todo ese tiempo? ¿Dónde me lleva?, preguntaba mi amigo en la carta. Y añadía: no puedo dejar de filmarme, es una especie de adicción, y cada vez me siento más débil, como si la cámara me estuviera chupando la sangre. Te escribo, me decía, poco antes de cargar la cámara con el décimo rollo que no encontrarás en el paquete que te envío. Si sucede lo que temo, el décimo rollo estará ahora mismo en la cámara, y la cámara en mi apartamento. Ven, me pidió. Y yo fui. Y abrí la puerta y cuando entré la cámara todavía filmaba, pero amigo no estaba en la cama. Mi amigo había desaparecido.
La primera desaparición está tomada de una producción franco holandesa, The Vanishing, de George Sluizer, la película más aterradora que he visto jamás, si no cuento El cebo, de Ladislao Vajda, que me atormentó siendo niño, y que también trata de desapariciones. La segunda está tomada de la película más inquietante que haya hecho jamás en España, Arrebato, de Iván Zulueta, estrenada en 1979, el mismo año que nació Juan Manuel Gil. Las dos desapariciones bien podrían formar parte de Inopia, uno de los libros más interesantes e inquietantes que se han escrito en España en lo que llevamos de siglo.
Las dos desapariciones venían una y otra vez a mi cabeza, mientras leía las historias fragmentadas y entrecruzadas que sostienen el texto de Juan Manuel Gil: la historia de Héctor y Lola, a los que les gusta desaparecer pero al mismo tiempo seguir siendo vistos; la historia de Pier Paolo Pasolini (P.) y la de Marco Pantani, que desaparecieron sin dejar rastro; la historia de Carmela y Yassine, que desaparecen para dejar de ser invisibles; la historia del bibliotecario Mateo Garcés, que desaparece por el sumidero de su propio sueño; la historia del traductor Jules Jameux, que sólo dejo al desaparecer olor a amoniaco; la historia de Mónica Barragán, que se esfumó en el trayecto hacia el autobús; y las historias de Michel Houellebecq, de Teresa, o de Tariq Sadikki, que simplemente desaparecieron porque sí.
Cuando la literatura que se está haciendo en España a principios del siglo XXI se estudie en la universidad como estudiamos la del Siglo de Oro, se dirá que este es un período de transición y de búsqueda. De transición entre dos culturas brutalmente contrapuestas. No sé cómo las llamarán: la cultura libresca y la cultura electrónica, quizás; la cultura literaria y cultura la audiovisual, tal vez. Y de búsqueda. Búsqueda de nuevos temas o de nuevos modos de contar los temas de siempre.
Hasta el siglo XIX la novela fue la reina de la narración y del ocio. Si alguien quería contar algo, lo contaba en una novela. Si alguien quería vivir una nueva experiencia leía una novela. Si alguien quería viajar, leía una novela. Con la aparición del cine la novela cedió muchas de sus competencias. Tuvo que ceder en primer lugar ciertos temas, como las narraciones de aventuras o de piratas, y también cierta manera de contar las cosas. El relato lineal, por ejemplo, tan decimonónico y tranquilizador con su principio, su nudo y su desenlace, quedaba mejor contado en imágenes. Desde entonces y hasta ahora la novela no ha hecho sino replegarse, ceder competencias a las diferentes modalidades de ocio y entretenimiento que han ido apareciendo. Las novelas ya no ofrecen nuevas experiencias. Para eso están las drogas, que se han democratizado durante todo el siglo XX; o los videojuegos, o la realidad virtual, cada vez más sofisticada y eficaz, o las compañías aéreas de bajo coste, gracias a las cuales podemos ir por muy poco dinero a lugares donde antes sólo nos llevaba la imaginación. Y en cuanto a la función de retratar un lugar, un paisaje, un tipo curioso, un ambiente o una atmósfera peculiar, traer a los ojos lo llamaban los retóricos, es mejor comprarse una buena cámara digital, y colgar las fotos en nuestra página web.
En estos periodos de transición y búsqueda que se han repetido muchas veces a lo largo de la historia sólo hay dos actitudes artísticas: la primera es seguir cocinando la tortilla de patatas de siempre, como si nada hubiera cambiado a nuestro alrededor. La segunda es buscar. Buscar esos temas que solo pueden ser tratados con palabras. Buscar en qué ámbitos la sintaxis es superior a la imagen e incluso a la experiencia. Buscar, ya que la novela ha sido destronada, un nuevo reino. Buscar modos nuevos de contar, delimitar la pequeña parcela que se nos ha quedado a los escritores, tras haber cedido buena parte de nuestro territorio a las nuevas modalidades de ocio y entretenimiento.
[Continúa en El Maquinista de la Generación, Número 16, pp. 173-174]
13 comentarios:
Da vértigo que hable así de ti el profesor ¿verdad?
Un abrazo merecido
Un texto genial.
Felicidades!
amigo pepe, sí que da vértigo. sobre todo porque valoro muchísimo su literatura.
amigo curri, ya lo conoces. siempre sorprende. gracias.
Quiero seguir leyendo! Enhorabuena por lo que se dice de Inopia. Y más si quien lo dice es A. Orejudo. Espero que pronto nos adelantes en qué andas trabajando. Un poquito. Saludos.
gracias, ana. no lo dudes. en cuanto haya algo concreto, aquí aparecerá. dónde si no.
Menuda reapertura de la casa del nadador. Felicidades! Qué siga la fiesta.
gracias, a. como comprobarás, la fiesta no es cosa mía. es más bien fruto de gente que me quiere bien. pero yo, encantado. se me nota en la mirada.
Este texto es para enmarcarlo. O mejor, para enviarlo a determinados blogs de no sé qué generación tal. Qué sensatez.
amigo ángel, yo lo he enmarcado.
enhorabuena! Puedo imaginarme lo que sentiste cuando leíste esas palabras por primera vez, bueno, creo que puedo imaginarlo (tiene que ser la ostia). Apoyo el envío generacional que propone Ángel :-) Y anoto Inopia en la lista de futuribles (incluso lo cuelo delante de otros).
Un abrazo
amigo leo, sí, la sensación es cojonuda. gracias por darle un empujoncito a Inopia en tu particular torre libresca. vuelve pronto. estas aguas son medicinales.
"Las dos desapariciones bien podrían formar parte de Inopia, uno de los libros más interesantes e inquietantes que se han escrito en España en lo que llevamos de siglo."
AMÉN.
Y ahora a por el próximo, tenemos ganas.
este fin de semana nos zambullimos no?
amigo manu, mil gracias. ya sabes que sundown está en el adn de inopia.
inopiacóctel
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