[Fragmento]
Se ha puesto muy de moda en últimos tiempos la idea, la continua reflexión sobre la tan traída y llevada muerte de la novela: ha desatado riadas de artículos, de enfrentadas opiniones, de desconfiadas miradas críticas hacia cierto tipo de textos: una sensación de que al pulso de la vieja novela decimonónica tipo, digamos, Madame Bovary, el arsénico le ha empezado a hacer efecto. Yo creo que el foco hay que desplazarlo un poco: porque si es cierto que, tal vez, el viejo modelo decimonónico no goza de su mejor momento; si lo que hacemos es preguntarnos por la salud de la narrativa, o la nueva narrativa, la respuesta, creo, es que es muy, muy buena.
Y un gran ejemplo de esa buena salud es esta Inopia: por eso he evitado calificarla como novela, o como libro de cuentos, y dejarlo en libro, en un gran y buen libro de narrativa. Una obra que se estructura a partir de un nudo central, la inopia (entendida desde el principio del libro como indigencia, pobreza, escasez); inopia que va evolucionando a lo largo del libro hacia su grado máximo, que sería la desaparición -que afecta incluso a la propia estructura del libro: recordemos el orden descendente -de cien a cero- de los capítulos que conforman la parte de central del libro-, la posibilidad de encontrar una respuesta a la frase de Maurice Blanchot con que, precisamente, Enrique Vila-Matas abría El Mal de Montano: ¿Cómo haremos para desaparecer?.
Creo que ahí está la clave del libro: cómo hacer para desaparecer, o también cómo es que ha tenido lugar esa desaparición, o cómo contar una desaparición o cómo uno se sumerge cada vez más en la desaparición, incluso en la disolución de la propia conciencia -ese tema que ahora recorre con fuerza gran parte de la literatura europea-; o, incluso, las desapariciones casi míticas, parte ya de nuestra cultura popular de Elvis y Jesús Gil.
Todo esto nos lo plantea Juan Manuel Gil con una sabia construcción estructural en la que unas historias refuerzan a las otras, amplificando su fuerza, tendiendo hilos de unas a otras para formar una figura perfectamente trazada y trenzada, que se ve más clara según se avanza en el libro, según el lector va construyendo su silueta, aplicando la perspectiva, tendiendo líneas de una historia a otra, encontrando así un tono, un rumor, un clima -y no estoy hablando sólo de la meteorología almeriense, que también se proyecta sobre las páginas del libro- de los que participan sus diferentes historias: así, por ejemplo, nos encontramos con la conmovedora y difícil, por tantas cosas, historia de amor entre Yassine y Carmen; con Mateo, el peculiar y obsesivo bibliotecario, quien sostiene ante su no menos peculiar novia haber conocido a Holden Caulfield, protagonista de El guardián entre el centeno, y otro desaparecido, Salinger, al fondo; con la inspectora Sofía Carano, sus moleskines y su investigación sobre la muerte del ciclista Marco Pantani; o, entre otras historias, con una narración de los últimos días de Pier Paolo Pasolini.Pero, para terminar, creo que el libro niega y, gozosamente, hace fracasar gozosamente su título: Inopia no invita a la desaparición, a la disolución, sino a volver sobre él, a releerlo, a hacerlo aparecer una y otra vez, a hacerle ganar consistencia, la que Juan Manuel Gil ha sabido dar a su libro: la fuerte presencia literaria.
Y un gran ejemplo de esa buena salud es esta Inopia: por eso he evitado calificarla como novela, o como libro de cuentos, y dejarlo en libro, en un gran y buen libro de narrativa. Una obra que se estructura a partir de un nudo central, la inopia (entendida desde el principio del libro como indigencia, pobreza, escasez); inopia que va evolucionando a lo largo del libro hacia su grado máximo, que sería la desaparición -que afecta incluso a la propia estructura del libro: recordemos el orden descendente -de cien a cero- de los capítulos que conforman la parte de central del libro-, la posibilidad de encontrar una respuesta a la frase de Maurice Blanchot con que, precisamente, Enrique Vila-Matas abría El Mal de Montano: ¿Cómo haremos para desaparecer?.
Creo que ahí está la clave del libro: cómo hacer para desaparecer, o también cómo es que ha tenido lugar esa desaparición, o cómo contar una desaparición o cómo uno se sumerge cada vez más en la desaparición, incluso en la disolución de la propia conciencia -ese tema que ahora recorre con fuerza gran parte de la literatura europea-; o, incluso, las desapariciones casi míticas, parte ya de nuestra cultura popular de Elvis y Jesús Gil.
Todo esto nos lo plantea Juan Manuel Gil con una sabia construcción estructural en la que unas historias refuerzan a las otras, amplificando su fuerza, tendiendo hilos de unas a otras para formar una figura perfectamente trazada y trenzada, que se ve más clara según se avanza en el libro, según el lector va construyendo su silueta, aplicando la perspectiva, tendiendo líneas de una historia a otra, encontrando así un tono, un rumor, un clima -y no estoy hablando sólo de la meteorología almeriense, que también se proyecta sobre las páginas del libro- de los que participan sus diferentes historias: así, por ejemplo, nos encontramos con la conmovedora y difícil, por tantas cosas, historia de amor entre Yassine y Carmen; con Mateo, el peculiar y obsesivo bibliotecario, quien sostiene ante su no menos peculiar novia haber conocido a Holden Caulfield, protagonista de El guardián entre el centeno, y otro desaparecido, Salinger, al fondo; con la inspectora Sofía Carano, sus moleskines y su investigación sobre la muerte del ciclista Marco Pantani; o, entre otras historias, con una narración de los últimos días de Pier Paolo Pasolini.Pero, para terminar, creo que el libro niega y, gozosamente, hace fracasar gozosamente su título: Inopia no invita a la desaparición, a la disolución, sino a volver sobre él, a releerlo, a hacerlo aparecer una y otra vez, a hacerle ganar consistencia, la que Juan Manuel Gil ha sabido dar a su libro: la fuerte presencia literaria.
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*[Gines Torres Salinas es autor de El amor en tiempos de Chernobyl e Historia oculta de la literatura universal (Premio García Lorca)]
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