Presentar un libro supone siempre una responsabilidad, más aún si se trata de un amigo. Siempre temo que la novela no me guste o que no me apetezca leerla, lo que me obliga a realizar un ejercicio de profesionalidad… a salir del paso como buenamente puedas. En ese caso, aunque consigas engañar al público asistente, el escritor que tienes al lado verá la gomilla de tu máscara y te arriesgas a que algo muera sin remedio entre vosotros. Por suerte, a mí me ha ocurrido justo lo contrario.
Cuando Juan Manuel Gil me pidió que lo presentara, cerré la agenda, porque entonces me enfrentaría a las miles de cosas que tengo que hacer durante este mes, y le dije que sí, que estaría encantado. No contábamos con mucho tiempo, pero estaba seguro de que Juanma no iba a defraudarme. Por problemas de envío, Inopia llegó el lunes a casa en manos de un cartero que casi funde el portero automático. Preparé un té, me subí al cuarto y me senté en el silloncito orejero con intención de echarle un primer vistazo… casi llego tarde a clase. INOPIA me enganchó desde el principio.
Si tuviera que definir por qué me ha gustado, y mucho, y por qué recomiendo, y mucho, su lectura y (auguro) su disfrute, diría que el acierto de Juanma está en el mantener un arriesgado equilibrio entre lo novedoso y lo ameno. La estructura de esta novela se aleja del planteamiento clásico y se aproxima a una aplicación literaria de la teoría del caos. Cinco historias donde se mezclan personajes ficticios y reales a un paso de la inopia, cerca de la frontera; una zona que, como la define Héctor, el escritor cuyo pasaporte a la literatura reside en cierto parecido físico con Ray Loriga, está “marcada a fuego por la imposibilidad de comunicarse mediante cualquier medio tecnológico de tercera o cuarta generación”. En ese espacio sin cobertura se mueven, como sombras casi transparentes, una serie de personajes que, sin previo aviso, burlan el radar y los satélites, desapareciendo tras un rastro de amoniaco. En la frontera está el hotel donde Marco Pantani decidió descolgarse del pelotón. Y más allá flotan, ingrávidas, las últimas palabras de Passolini. En la aduana se sienta el escritor, y desde su garita tiene acceso a lo inefable, abre la ventana y se zambulle en lo desconocido, a riesgo de volver con uno de los velos que cubren la verdad o regresar, en cambio, con los labios cosidos y las manos vacías.
INOPIA es, como digo, similar a un caos ordenado donde la fragmentación de las historias que se dan cita en esta novela híbrida no le quita coherencia al resultado, sino que, conforme aumentan la tensión y el vértigo, los partes fragmentadas del relato parecen alinearse en la cabeza del lector, consiguiendo, sin esfuerzo, encajar las piezas del puzzle conforme transcurre la cuenta atrás. Aunque el tiempo del libro es simultáneo, como en el poema de Eliot. Es quizá en este manejo de los tiempos, en el uso discreto de estructuras rítmicas y figuras retóricas donde el poeta le echa una mano al prosista para mantener el pulso e insertar imágenes de hondo lirismo dentro de los párrafos, dando mayor intensidad a la página. De forma sutil, el mensaje del libro se va desvelando, y pongo por ejemplo este símil: “la mayoría de aquellos nombres se disolvieron, como terrones de azúcar en una pecera china”. Flotando, quedan Sofía, Mateo, una encarnación ficticia de Holden Caulfield, el detective Naldini, Lola…
Cuando Juan Manuel Gil me pidió que lo presentara, cerré la agenda, porque entonces me enfrentaría a las miles de cosas que tengo que hacer durante este mes, y le dije que sí, que estaría encantado. No contábamos con mucho tiempo, pero estaba seguro de que Juanma no iba a defraudarme. Por problemas de envío, Inopia llegó el lunes a casa en manos de un cartero que casi funde el portero automático. Preparé un té, me subí al cuarto y me senté en el silloncito orejero con intención de echarle un primer vistazo… casi llego tarde a clase. INOPIA me enganchó desde el principio.
Si tuviera que definir por qué me ha gustado, y mucho, y por qué recomiendo, y mucho, su lectura y (auguro) su disfrute, diría que el acierto de Juanma está en el mantener un arriesgado equilibrio entre lo novedoso y lo ameno. La estructura de esta novela se aleja del planteamiento clásico y se aproxima a una aplicación literaria de la teoría del caos. Cinco historias donde se mezclan personajes ficticios y reales a un paso de la inopia, cerca de la frontera; una zona que, como la define Héctor, el escritor cuyo pasaporte a la literatura reside en cierto parecido físico con Ray Loriga, está “marcada a fuego por la imposibilidad de comunicarse mediante cualquier medio tecnológico de tercera o cuarta generación”. En ese espacio sin cobertura se mueven, como sombras casi transparentes, una serie de personajes que, sin previo aviso, burlan el radar y los satélites, desapareciendo tras un rastro de amoniaco. En la frontera está el hotel donde Marco Pantani decidió descolgarse del pelotón. Y más allá flotan, ingrávidas, las últimas palabras de Passolini. En la aduana se sienta el escritor, y desde su garita tiene acceso a lo inefable, abre la ventana y se zambulle en lo desconocido, a riesgo de volver con uno de los velos que cubren la verdad o regresar, en cambio, con los labios cosidos y las manos vacías.
INOPIA es, como digo, similar a un caos ordenado donde la fragmentación de las historias que se dan cita en esta novela híbrida no le quita coherencia al resultado, sino que, conforme aumentan la tensión y el vértigo, los partes fragmentadas del relato parecen alinearse en la cabeza del lector, consiguiendo, sin esfuerzo, encajar las piezas del puzzle conforme transcurre la cuenta atrás. Aunque el tiempo del libro es simultáneo, como en el poema de Eliot. Es quizá en este manejo de los tiempos, en el uso discreto de estructuras rítmicas y figuras retóricas donde el poeta le echa una mano al prosista para mantener el pulso e insertar imágenes de hondo lirismo dentro de los párrafos, dando mayor intensidad a la página. De forma sutil, el mensaje del libro se va desvelando, y pongo por ejemplo este símil: “la mayoría de aquellos nombres se disolvieron, como terrones de azúcar en una pecera china”. Flotando, quedan Sofía, Mateo, una encarnación ficticia de Holden Caulfield, el detective Naldini, Lola…
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[José Daniel García ha ganado el premio 'Andalucía Joven' de poesía con El sueño del monóxido (DVD, 2006) y el premio Hiperión de poesía con Coma (Hiperión, 2008)]
5 comentarios:
Leyendo el comentario a tu amigo, me colocas delante la verdad de saber que, quizá con el atrevimiento de pedirte que leyeras mi novela -a la que fijate, ya se le ha cambiado el primer capítulo, porque está tan viva como muerta, desde el principio-, no estoy haciendo otra cosa más que colocarte una máscara. Por eso te pido disculpas.
De todas formas, antes que la sinceridad desmedida, prefiero una verdad a medias. Aquélla no tiene más sentido que salar la herida que ya ha abierto el que pide opinión.
Un fuerte abrazo, y como siempre, me alegro de todo lo bueno que le pase a Inopia.
amigo pepe, nada de disculparse. yo, como te he dicho ya en alguna ocasión, leeré tu novela con muchísima curiosidad e interés. aunque mi crítica no tenga más valor que cualquier otra, te la haré llegar, pero será tomando café o copas, hablando distendidamente, yendo de un tema a otro. además, tengo la corazonada de que disfrutaré con su lectura. un fuerte abrazo y mil gracias por tus buenos deseos.
perseo va a la playa?
me temo que sí. los que somos de cloro, somos de cloro.
Qué va, Luna, no te creas. El sol de la playa -y sólo el de la playa- me provoca una reacción extraña en la piel que tardo días en quitármela de encima.
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