Cuando escribo esta página, aún no ha tenido lugar la inauguración de la Bienal Internacional de Arte Contemporáneo de Almería (ALBIAC). Sin embargo, no es difícil deducir que a estas alturas todas las alcayatas ya estén clavadas en su sitio, la mayoría de caminos conduzcan al Parque Natural y las botellas de cava esperen heladas e impacientes su gran momento. Cuando en su día se anunció en los medios de comunicación que nuestra provincia volvería a retomar la sana costumbre de organizar un evento de esta naturaleza, sufrí un amago de colapso nervioso motivado por un cúmulo de emociones encontradas. Recuerdo que leí la noticia con alegría y que inmediatamente telefoneé a dos amigos para decirles que Almería iba a montar una Bienal. No tardaron en colgarme el teléfono, claro. Recuerdo también que luché por no reconstruir en la parte más húmeda de mi memoria la silueta provocadora del Hotel Algarrobico, quedando el intento sólo en eso.
Aunque no lo parezca, en esta casa se venera mucho la casualidad. Es cierto que lo fácil sería pensar que el repentino anuncio de la celebración de la Bienal pudiera obedecer a un intento de contrarrestar las continuas alertas que lanzaron diferentes grupos ecologistas acerca del Parque Natural o por mostrar una postura activa ante el escándalo europeo que despertó la construcción de un hotel fantasma en unos límites cartográficos aún más fantasmas. Pero hoy, con la Bienal recién estrenada, prefiero quedarme con el aire de celebración que trae consigo.
Espero que, durante los meses que dure el evento, el Parque Natural se convierta en uno de los lugares más escritos y pronunciados. Espero que las intervenciones que en él se hagan comulguen con su naturaleza y ayuden a contar y orientar los pasos que lleven hasta la gran cruz que alguien trazó en un mapa acartonado. Estoy convencido de que volverá a reactivar las minas de oro de Rodalquilar y algún naturista botánico sembrará las orillas de las carreteras de plantas balsámicas y aromáticas que se pronuncian en latín. A una fiesta como la Bienal no se puede poner más pero que el de su propio nombre: se celebra cada dos años y quizá se nos haga larga la espera. Nadie debería dejar de visitarla. La casa del nadador se traslada a las noches del Parque Natural.
Lecturas veraniegas
No hay más que pasear por la playa u hojear cualquier suplemento cultural. A la gente le gusta que, en caso de que tengan que abrir las maletas en el aeropuerto por motivos de seguridad, se escurran algunos libros y den contra el suelo en un acto de rebeldía. En el peor de los casos, resulta suficiente con que el guardia aeroportuario tenga que aguzar la mirada para deletrear el título de un libro a través de su monitor de rayos x. Las vacaciones animan a la holganza y a la serenidad, y la mayoría suele vincular ese estado con mucho cloro, bronceador de zanahoria, pensión completa y la lectura de un libro que alguien, ya no sabe quién, le recomendó en su día.
Hace unos meses se celebraron en Almería las jornadas académicas ‘Formulas para leer’, en el marco del recién estrenado y flamante ‘Festival del libro y la lectura’ (Lilec 06). El nudo de todas las intervenciones era el mismo y el título ya lo adelantaba: ¿Se puede dar con el logaritmo neperiano que ayude a fomentar la lectura? ¿Cuáles son los pasos que se deben seguir para inocular a un joven con el virus lector? Como podrán imaginar, las conclusiones que se alcanzaron fueron muchas y muy diversas. Algunas llegaron a encontrarse de frente con otras y, fruto de ese rifirrafe dialéctico, salieron las ideas más fresquitas y carnosas.
Todo esto viene a propósito de las lecturas veraniegas y una de las cuestiones que se tantearon entonces: ‘Leer, aunque sea el Codigo da Vinci’. No todos estuvieron de acuerdo en este punto y, entre los disidentes, me cuento yo. Uno de los planteamientos repetidos hasta la extenuación en lo que a lectura se refiere es que ‘hoy-los-jóvenes-leen-muy-poco’. Idea con la que yo estoy en total desacuerdo. A mi juicio, la juventud lee más que nunca. Y si no, qué hacen cuando reciben un SMS o un e-mail; a qué se dedican cuando activan su programa de mensajería instantánea (Messenger) o se compran revistas periódicas de distinta naturaleza y colores fluorescentes. Leen, pero no lo que los mayores esperan. Así que estoy convencido de que el trabajo no sólo tiene que ir encaminado hacia la enseñanza y el fomento de esta actividad, sino hacia la confección progresiva de un criterio lector exigente y concienzudo. Eso, o resignarnos y aceptar que los intereses lectores de una gran parte de la juventud son otros bien distintos: los que trae el discurso triturado y digerido de la televisión actual. Yo, que soy de los que no pierden la esperanza, recomiendo algunos títulos a aquellos que aún tengan un hueco vacío en la maleta: ‘El gran Felton’ de Joaquín Pérez Azaustre o cualquier libro de Raymond Carver. No se arrepentirán. Y si lo hacen, la casa del nadador acogerá encantada sus opiniones.
Aunque no lo parezca, en esta casa se venera mucho la casualidad. Es cierto que lo fácil sería pensar que el repentino anuncio de la celebración de la Bienal pudiera obedecer a un intento de contrarrestar las continuas alertas que lanzaron diferentes grupos ecologistas acerca del Parque Natural o por mostrar una postura activa ante el escándalo europeo que despertó la construcción de un hotel fantasma en unos límites cartográficos aún más fantasmas. Pero hoy, con la Bienal recién estrenada, prefiero quedarme con el aire de celebración que trae consigo.
Espero que, durante los meses que dure el evento, el Parque Natural se convierta en uno de los lugares más escritos y pronunciados. Espero que las intervenciones que en él se hagan comulguen con su naturaleza y ayuden a contar y orientar los pasos que lleven hasta la gran cruz que alguien trazó en un mapa acartonado. Estoy convencido de que volverá a reactivar las minas de oro de Rodalquilar y algún naturista botánico sembrará las orillas de las carreteras de plantas balsámicas y aromáticas que se pronuncian en latín. A una fiesta como la Bienal no se puede poner más pero que el de su propio nombre: se celebra cada dos años y quizá se nos haga larga la espera. Nadie debería dejar de visitarla. La casa del nadador se traslada a las noches del Parque Natural.
Lecturas veraniegas
No hay más que pasear por la playa u hojear cualquier suplemento cultural. A la gente le gusta que, en caso de que tengan que abrir las maletas en el aeropuerto por motivos de seguridad, se escurran algunos libros y den contra el suelo en un acto de rebeldía. En el peor de los casos, resulta suficiente con que el guardia aeroportuario tenga que aguzar la mirada para deletrear el título de un libro a través de su monitor de rayos x. Las vacaciones animan a la holganza y a la serenidad, y la mayoría suele vincular ese estado con mucho cloro, bronceador de zanahoria, pensión completa y la lectura de un libro que alguien, ya no sabe quién, le recomendó en su día.
Hace unos meses se celebraron en Almería las jornadas académicas ‘Formulas para leer’, en el marco del recién estrenado y flamante ‘Festival del libro y la lectura’ (Lilec 06). El nudo de todas las intervenciones era el mismo y el título ya lo adelantaba: ¿Se puede dar con el logaritmo neperiano que ayude a fomentar la lectura? ¿Cuáles son los pasos que se deben seguir para inocular a un joven con el virus lector? Como podrán imaginar, las conclusiones que se alcanzaron fueron muchas y muy diversas. Algunas llegaron a encontrarse de frente con otras y, fruto de ese rifirrafe dialéctico, salieron las ideas más fresquitas y carnosas.
Todo esto viene a propósito de las lecturas veraniegas y una de las cuestiones que se tantearon entonces: ‘Leer, aunque sea el Codigo da Vinci’. No todos estuvieron de acuerdo en este punto y, entre los disidentes, me cuento yo. Uno de los planteamientos repetidos hasta la extenuación en lo que a lectura se refiere es que ‘hoy-los-jóvenes-leen-muy-poco’. Idea con la que yo estoy en total desacuerdo. A mi juicio, la juventud lee más que nunca. Y si no, qué hacen cuando reciben un SMS o un e-mail; a qué se dedican cuando activan su programa de mensajería instantánea (Messenger) o se compran revistas periódicas de distinta naturaleza y colores fluorescentes. Leen, pero no lo que los mayores esperan. Así que estoy convencido de que el trabajo no sólo tiene que ir encaminado hacia la enseñanza y el fomento de esta actividad, sino hacia la confección progresiva de un criterio lector exigente y concienzudo. Eso, o resignarnos y aceptar que los intereses lectores de una gran parte de la juventud son otros bien distintos: los que trae el discurso triturado y digerido de la televisión actual. Yo, que soy de los que no pierden la esperanza, recomiendo algunos títulos a aquellos que aún tengan un hueco vacío en la maleta: ‘El gran Felton’ de Joaquín Pérez Azaustre o cualquier libro de Raymond Carver. No se arrepentirán. Y si lo hacen, la casa del nadador acogerá encantada sus opiniones.
Juan Manuel Gil