lunes, julio 17, 2006

La fiesta balsámica

Cuando escribo esta página, aún no ha tenido lugar la inauguración de la Bienal Internacional de Arte Contemporáneo de Almería (ALBIAC). Sin embargo, no es difícil deducir que a estas alturas todas las alcayatas ya estén clavadas en su sitio, la mayoría de caminos conduzcan al Parque Natural y las botellas de cava esperen heladas e impacientes su gran momento. Cuando en su día se anunció en los medios de comunicación que nuestra provincia volvería a retomar la sana costumbre de organizar un evento de esta naturaleza, sufrí un amago de colapso nervioso motivado por un cúmulo de emociones encontradas. Recuerdo que leí la noticia con alegría y que inmediatamente telefoneé a dos amigos para decirles que Almería iba a montar una Bienal. No tardaron en colgarme el teléfono, claro. Recuerdo también que luché por no reconstruir en la parte más húmeda de mi memoria la silueta provocadora del Hotel Algarrobico, quedando el intento sólo en eso.
Aunque no lo parezca, en esta casa se venera mucho la casualidad. Es cierto que lo fácil sería pensar que el repentino anuncio de la celebración de la Bienal pudiera obedecer a un intento de contrarrestar las continuas alertas que lanzaron diferentes grupos ecologistas acerca del Parque Natural o por mostrar una postura activa ante el escándalo europeo que despertó la construcción de un hotel fantasma en unos límites cartográficos aún más fantasmas. Pero hoy, con la Bienal recién estrenada, prefiero quedarme con el aire de celebración que trae consigo.
Espero que, durante los meses que dure el evento, el Parque Natural se convierta en uno de los lugares más escritos y pronunciados. Espero que las intervenciones que en él se hagan comulguen con su naturaleza y ayuden a contar y orientar los pasos que lleven hasta la gran cruz que alguien trazó en un mapa acartonado. Estoy convencido de que volverá a reactivar las minas de oro de Rodalquilar y algún naturista botánico sembrará las orillas de las carreteras de plantas balsámicas y aromáticas que se pronuncian en latín. A una fiesta como la Bienal no se puede poner más pero que el de su propio nombre: se celebra cada dos años y quizá se nos haga larga la espera. Nadie debería dejar de visitarla. La casa del nadador se traslada a las noches del Parque Natural.

Lecturas veraniegas

No hay más que pasear por la playa u hojear cualquier suplemento cultural. A la gente le gusta que, en caso de que tengan que abrir las maletas en el aeropuerto por motivos de seguridad, se escurran algunos libros y den contra el suelo en un acto de rebeldía. En el peor de los casos, resulta suficiente con que el guardia aeroportuario tenga que aguzar la mirada para deletrear el título de un libro a través de su monitor de rayos x. Las vacaciones animan a la holganza y a la serenidad, y la mayoría suele vincular ese estado con mucho cloro, bronceador de zanahoria, pensión completa y la lectura de un libro que alguien, ya no sabe quién, le recomendó en su día.
Hace unos meses se celebraron en Almería las jornadas académicas ‘Formulas para leer’, en el marco del recién estrenado y flamante ‘Festival del libro y la lectura’ (Lilec 06). El nudo de todas las intervenciones era el mismo y el título ya lo adelantaba: ¿Se puede dar con el logaritmo neperiano que ayude a fomentar la lectura? ¿Cuáles son los pasos que se deben seguir para inocular a un joven con el virus lector? Como podrán imaginar, las conclusiones que se alcanzaron fueron muchas y muy diversas. Algunas llegaron a encontrarse de frente con otras y, fruto de ese rifirrafe dialéctico, salieron las ideas más fresquitas y carnosas.
Todo esto viene a propósito de las lecturas veraniegas y una de las cuestiones que se tantearon entonces: ‘Leer, aunque sea el Codigo da Vinci’. No todos estuvieron de acuerdo en este punto y, entre los disidentes, me cuento yo. Uno de los planteamientos repetidos hasta la extenuación en lo que a lectura se refiere es que ‘hoy-los-jóvenes-leen-muy-poco’. Idea con la que yo estoy en total desacuerdo. A mi juicio, la juventud lee más que nunca. Y si no, qué hacen cuando reciben un SMS o un e-mail; a qué se dedican cuando activan su programa de mensajería instantánea (Messenger) o se compran revistas periódicas de distinta naturaleza y colores fluorescentes. Leen, pero no lo que los mayores esperan. Así que estoy convencido de que el trabajo no sólo tiene que ir encaminado hacia la enseñanza y el fomento de esta actividad, sino hacia la confección progresiva de un criterio lector exigente y concienzudo. Eso, o resignarnos y aceptar que los intereses lectores de una gran parte de la juventud son otros bien distintos: los que trae el discurso triturado y digerido de la televisión actual. Yo, que soy de los que no pierden la esperanza, recomiendo algunos títulos a aquellos que aún tengan un hueco vacío en la maleta: ‘El gran Felton’ de Joaquín Pérez Azaustre o cualquier libro de Raymond Carver. No se arrepentirán. Y si lo hacen, la casa del nadador acogerá encantada sus opiniones.

Juan Manuel Gil

lunes, julio 10, 2006

Se alquila casa

Teniendo en cuenta lo agitada que está la arena política en ésta última semana, hemos de aclarar un punto para alejarnos de incómodas especulaciones: la casa del nadador no ha sido subvencionada, becada o regalada por ninguna gran empresa constructora. Lo digo porque me temo que en los próximos días seguirán saliendo a la luz pública locales, trasteros, oficinas, sedes, pisos céntricos, huertos frutales y casetas de playa que fueron arrendadas por algunos que rubrican en la parte más débil de la ética. Deduzco que no termina de ser ilegal que un partido político, tal y como están las cosas en la ciudad en materia de hormigón y ladrillo, acepte, envuelto en papel celofán y con un gran lazo rojo, un local de manos de una gran constructora. Los regalos, regalos son. No seré yo quien quite la ilusión a estas celebraciones. Pero no me podrán negar que a uno se le afilan los colmillos con este tipo de hechos y, a poco que se le de vueltas al asunto, se acaba pensando mal o muy mal. Sobre todo si ese partido, en la anterior legislatura, se abalanzó sobre el área de urbanismo y se la metió en el falso fondo del sombrero; sobre todo si determinadas empresas constructoras –altruistas- hicieron su agosto en algunas zonas de la ciudad y no se vieron obligadas a invertir en accesos, de acuerdo con el crecimiento urbano. El cruce de declaraciones se encuentra en ese punto obcecado y cabezón en que deciden abrir el cajón ‘donde tengo guardados todos tus tropiezos, cariño’. Así que los alquileres generosos y desinteresados están saliendo a la palestra. Hasta que el señor alcalde haga una demanda de conciliación, claro, no vaya a ser que.
Hubo un tiempo en que me imaginé al nadador encaramado a la azotea de la eréctil torre que el señor Megino (GIAL) tenía proyectado construir en la capital. Una vez en las alturas gritaría seis o siete palabras que algunos viandantes no alcanzarían a escuchar y otros juzgarían vocablos de cualquier idioma nórdico o lengua olvidada y muerta. Después, en forma de lápiz con bañador elástico, se tiraría al vacío, dejaría pintada en el aire una perfecta línea azul cobalto y se zambulliría en una fuente del tamaño de la Ciudad Digital. Desgraciadamente, esto ya no va a ser posible. Al menos por ahora. Al parecer, un cálculo demasiado confiado en el precio del metro cuadrado ha sido la razón de que el concejal de urbanismo advirtiera que, en ocasiones, peca de bonachón. He leído por ahí que adjudicó la tasación del terreno a los técnicos de los propios compradores y que, claro, el precio no terminaba de ser el que debía. Menos mal que el señor Cervantes (IU) estaba ahí para decirle ‘Juan, que te engañan, Juan’. De todas formas, aún me quedan las colosales torres que construirá en la antigua térmica de El Zapillo para imaginarme al nadador, enhiesto y olímpico, en las alturas. Esta vez para zambullirse en el mar, que para eso va a edificar a apenas cien metros de la orilla del Mediterráneo. Con dos huevos.

Lo cierto es que con tanto vaivén de viviendas, rascacielos y locales para futuras sedes políticas uno acaba por agotarse. Sobre todo si las casas de las que verdaderamente se tienen que acordar yacen en el más absoluto abandono y desahucio. Almería tiene algunos edificios y monumentos en situación límite, y no parece que se esté haciendo demasiado para que esto cambie. Me vienen a la memoria las señas de la Casa de las mariposas, el Teatro Cervantes, la antigua estación de ferrocarril, la estación de autobuses de la Plaza de Barcelona mutándose en supermercado, algunos diseños de Guillermo Langle ya derruidos o el Cable Inglés. Me viene a estas líneas la casa del poeta José Ángel Valente cerrada a cal y canto; muerta de silencio y entregada al vacío. Una imagen vergonzosa a ojos de los que, casi en peregrinación, pasean por su calle y se sientan en su puerta cada vez que pisan nuestra ciudad. A pesar de que el Ayuntamiento desembolsó una cantidad importante para adquirir sus dos plantas y azotea, con vistas a inaugurar una futura casa de la poesía, el proyecto no parece cercano casi 6 años después de su muerte. Así lo dejan entrever unas macetas mustias en sus ventanas mudas, un ruido fantasma y una placa honorífica que acabará por desatornillarse a sí misma y marcharse con la música a otra parte. A este paso, el letrero en el que reza el nombre de la calle y del poeta será el único material que conservemos de su vida en el sur. Posiblemente las cosas no las hicimos bien en su momento. No sé si tuvimos oportunidad de pujar por su biblioteca, pero ya es demasiado tarde para quejas y berrinches. Nos quedan aún las cuatro paredes en las que se refugió y la azotea desde la que miraba a diario. El que tenga las llaves en su cajón debería cogerlas inmediatamente e ir allí, abrir las puertas y ventanas y dejar que la luz lo queme todo.
Juan Manuel Gil

domingo, julio 02, 2006

Tras las huellas del nadador


Primeras coordenadas. La casa del nadador podría estar a las afueras de la ciudad. Me atrevería a decir que más hacía el norte que hacía cualquier otro punto cardinal. Aunque, ciertamente, esto no me preocupa demasiado porque el musgo siempre tiene la última palabra y suele evitar el extravío del que decide dejar atrás el bosque. La casa del nadador es de naturaleza lírica y esquiva, y necesita de la palabra para la reconstrucción. Éste es un lugar raro.
Durante algún tiempo, me imaginé a su inquilino acondicionando la parte trasera de un olvidado almacén en un madrugador polígono industrial. Hoy esa idea se ha ido desdibujando en favor de otras más heterogéneas e improbables: una casa de tablones y clavos, un chalé de escritura dudosa, un apartamento con temblores en la Villa Olímpica, la parte más húmeda de un camping o una habitación numerada y con moqueta. Todas me parecen tan certeras como desencaminadas. Todas tan hermosas como ridículas. Así que en este preciso momento puedo escribir que no sé con exactitud dónde se erige la casa del nadador. La busco, eso sí, porque sé que dar con ella puede ayudarme a aclarar un poco más las cosas. Posiblemente, allí estén las fibras de algodón bajo las uñas de la víctima o la gota de saliva. En definitiva, la prueba incriminatoria que dictamine con contundencia qué, quién y cómo. Espero dar en cualquier momento con el contorno húmedo de la huella del nadador. Y para ello quiero contar con la colaboración del lector.
A la espera del hallazgo, puedo imaginar en qué irá convirtiéndose la casa del nadador, aunque resulte difícil determinar el color de sus puertas y ventanas, precisar el número de habitaciones y fijar sus límites. Por esta página, que simboliza esa búsqueda constante y que tendrá un sucedáneo en la Red, irán pasando desde episodios soportados sobre la pura invención, hasta artículos de opinión, críticas librescas, reseñas culturales, pataleos inconformistas o extractos fieles de la bitácora del nadador. Quizá una mezcla de todo ello sea lo recomendable. Porque hace tiempo que la realidad adoptó determinadas propiedades balsámicas de la ficción, y cada vez cuesta más distinguir a una de otra. En cualquier caso, la mirada del nadador pretende ser nueva y estar libre de cloro. Atenta y comprensiva con lo que le rodea. Para ello la palabra del lector va a ser indispensable, y ésta se va a canalizar a través de la página web www.lacasadelnadador.es. Desde allí los comentarios serán efectivos en la búsqueda y podrán pasar a formar parte de está misma página que ahora lee.

El verano se presenta pleno. Con España ya fuera del mundial de fútbol, las pasiones se moderan o acaban escurriéndose por el sumidero de alguna tristeza. Así que uno empieza a piropear la costumbre y canta a las vacaciones y a sus desayunos más holgados y proteicos. En el fondo, nadie recuerda con exactitud canalla las vacaciones del verano anterior –precisamente por un invierno severo-, así que se acaba haciendo con gusto lo que ya es todo un ritual: despertar mientras se cree que el vecindario duerme, volver a trazar la misma ruta de viaje, cargar el maletero de enseres, amenazar a los niños con un ‘todavía nos quedamos en casa’ y quejarse de que esa estación de servicio siga poniendo la misma insípida comida del año anterior. Aun así, el verano bien merece la pena. Y me atrevo a afirmarlo con mayor rotundidad si el destino del que hablamos es la costa de nuestra ciudad.
Es verdad que no ha salido todo como hubiésemos querido. Pero es que tenemos que reconocer que cuadrar lo que nuestros políticos tenían previsto en estas fechas es algo harto difícil. El clima invita a otros quehaceres menos austeros con el cuerpo. Sólo espero que los que vengan a pasar sus vacaciones aquí comprendan la situación y sean benévolos con nuestros dirigentes políticos, porque ellos también son víctimas de sus propios desmanes. Es así de triste y ridículo. Y si no, que se lo pregunten a la concejal que no va a poder disfrutar de su chalé a los pies de Sierra Nevada por un quítame allá esos metros construidos de más. O ¿es que las banderas azules que hemos perdido en algunas de las playas más emblemáticas de la ciudad no es pérdida que hagan suya?
En Cualquier caso, como digo, el verano se presenta pleno. Ya apuntan a ello determinadas adjudicaciones municipales un tanto dudosas; empiezan a aparecer los nombres de los que por ahora son conocidos de unos amigos de alguien que se ha visto salpicado por la ‘Operación Malaya’; la antigua estación de autobuses (by Guillermo Langle) albergará una enorme sección de charcutería; los políticos piden serenidad en el cruce de declaraciones con un argumento de peso: ‘no vaya a ser que acabemos diciendo lo que no queremos y tú y yo sabemos’; el concejal de urbanismo, que tiene aires de altura, hace tiempo que empezó a resultar cansino con tanta torre y centro comercial; y se inaugura el sarao de los candidatos y la precampaña electoral. Es cierto que esta nueva sección se presenta en un momento convulso. Pero es tan triste y plomizo el invierno que, aun así, el verano merece la pena. Sean bienvenidos a la casa del nadador.

Juan Manuel Gil