lunes, abril 02, 2007

Reality Show

Semana Santa

Mi Semana Santa empieza en el mismo momento en que escribo este artículo. Por motivos profesionales, claro. Así que en cuanto ponga el punto y final a estas palabras, me dispondré a ordenar todo lo que requiere este periodo de santa holganza.
Por lo que veo en los medios de comunicación –los periodos vacacionales son uno de sus temas fetiches-, las opciones barajadas por los españoles que pueden permitirse unas vacaciones son las siguientes: dejarse caer hasta la misma orilla de una playa levantina o andaluza, presenciar las procesiones en ciudades alegóricas, laberínticas y colapsadas o, simplemente, vivir su instante de fama y poner el vídeo a grabar cuando Iñaki Gabilondo constate que se han producido quince millones de desplazamientos, y uno pueda decir a sus hijos ‘nosostros estábamos ahí’.
Yo, que de buena gana me sumaba a cualquiera de estas posibilidades con tal de hacer algo, pasaré toda la semana en casa, aborreceré las zapatillas y el pijama, repararé todo aquello que amenaza con una muerte lenta y doméstica, me enfrentaré a los fantasmas que moran en el cuarto de la plancha y enseñaré a no morder a la planta que ‘La Voz’ me ha traído por primavera. Hasta el miércoles aproximadamente.
Estoy convencido de que a muchas otras personas se les presenta una semana parecida a la mía y sabrán salir airosos sin grandes magulladuras en la paciencia. La afrontarán con una entereza y una entrega dignas de los elogios más desatados. Sin embargo, hay que reconocer que esto de la Semana Santa es para sufrirlo religiosamente. Cortes de avenidas fundamentales, improvisados itinerarios que te llevan al punto de partida, prohibiciones de estacionar, prohibiciones de cruzar la calle y prohibiciones de dormir. Al menos eso me cuentan quienes tienen el privilegio de vivir en una de las calles de peregrinación obligada o guardar el coche en la esquina donde no se perdonan las saetas.

Cinco sevillanos

Yo, que siempre me quejo de vicio y alimento mi úlcera más de lo recomendable, no pienso hacerlo esta vez. Y soy totalmente sincero cuando os cuento que he invitado a casa a cinco sevillanos para que sobrevivan a la Semana Santa almeriense. Pienso llevarlos a contemplar los pasos que más devoción despierten, nos apostaremos en las calles más emblemáticas de nuestra ciudad, comeremos en los bares de mayor tradición y ambiente cofrades y nos acostaremos con los ovacionados encierros para amanecer con las sufridas salidas.
Sé que esto que intento se asemeja a los modernos formatos televisivos de hoy en día. Morbo y preguntas que no pueden quedar sin respuesta. Reality Show. ¿Sobrevivirán estos cinco amigos sevillanos a una Semana Santa que no sea la de su propia ciudad? ¿Quién será el primero en abandonar el periplo que les tengo preparado? ¿Cuánto tardarán en comparar? ¿Quién de ellos pronunciará las palabras playa o paseo marítimo? ¿Cuánto tardarán en preguntarme si aquí gobierna el PSOE o el PP? o ¿Qué es GIAL?
Lo que de ninguna manera sospechan es que pienso fingir una suerte de estado místico (a la manera de Ray Loriga), durante el cual sufriré espasmos musculares, cambios repentinos del timbre de voz y alteraciones extremas de la personalidad. Así que durante nuestra experiencia por las calles de Almería quizá me sobrevengan el espíritu nacional-apocalíptico de Jiménez Losantos, la última vuelta de tuerca imposible de Javier Cercas, la envidiable malaleche de Javier Marías, la seriedad meteorológica de Florenci Rey, la labia tranquila y sostenida de Hilario Pino, alguna frase antológica de nuestro querido Luis Aragonés, o de Sandro (aquél que casi jugó en el Real Madrid). Y esto no podrán superarlo.
Ahora que está tan de moda practicar el boicot, yo no pienso caer en él. Y voy a entregarme sin coraza alguna a nuestra Semana Santa. Agradeceré con fervor que dejen sus comentarios en La casa del nadador. Cuéntenme qué tal transcurre su particular semana.
Juan Manuel Gil