domingo, diciembre 17, 2006

Los empastes navideños

Disgustos

No tiene por qué gustarnos la navidad. Y cuando digo navidad me refiero al mes de diciembre luciendo los empastes de siempre: bombillas coloreadas, villancicos hipnóticos, anuncios de perfume, escalofriantes belenes mecanizados y pascueros con aires de planta carnívora. Lo cierto es que escucho cada vez con mayor frecuencia eso de ‘a mí ésta época del año me gusta bien poco; me trae a la memoria el recuerdo de los que ya no están con nosotros’.
La navidad parece haberse convertido en el periodo propicio para deshelar la parte de nuestro recuerdo, donde albergamos los nombres de los que ya se fueron. Y a mí eso no deja de resultarme inquietante. Es curioso que nos acordemos de nuestros ‘in memoriam’ cuando estamos trinchando el pavo, despedazando sin piedad un langostino o celebrando, con cotillón incluido, la llegada del año nuevo -salvo que a ellos les gustase especialmente el muslo de pavo, los langostinos y la serpentina, que no es difícil-. Es decir, por mucho que revuelvo en mi fuero interno, no encuentro dónde anida el resorte que dispara los índices de tristeza y compungimiento durante los días de navidad.
Me pregunto si será una cuestión de cultura arraigada en lo más profundo de nosotros mismos. Y la respuesta me asusta. Me pregunto por qué no escucho ese mismo desconsuelo cuando está a punto de llegar el verano, con el dedo gordo del pie metido ya en la piscina, con el rosco de Semana Santa a medio deglutir o en pleno atasco del puente de la Constitución. Con esto no quiero decir que no haya personas que no sientan desordenada y profundamente la pérdida de un ser querido durante todo el año. Sería una estupidez por mi parte. Pero sí creo que hay un sentimiento nostálgico, a veces excesivamente blando, ñoño y artificial, que ha colonizado con especial ahínco el mes de diciembre, olvidándose, con clara alevosía, de otras épocas del año que, por predisposición, quizá eran más aptas para la melancolía. Así que durante la navidad no es difícil escuchar frases como ‘Feliz Navidad’, ‘Feliz año nuevo’, ‘Me acuerdo de los que ya no están con nosotros’ y ‘Fún fún fún’. Y al final, todos ellas, impregnadas del cerumen del cliché, acaban significando lo mismo: nada.

Gustos

No tiene por qué disgustarnos la navidad. Y cuando digo navidad me refiero al mes de diciembre luciendo empastes nuevos: bufandas, dedos de cristal, cafés larguísimos, mensajes en el contestador, lluvia ácida y abrazos y abrigos. No es difícil toparte por la calle con quien acabarás en una cafetería hasta la hora de decidir si es momento de recogerse o de practicar algo más de navidad en cualquier otro lugar. Es fácil estar en la calle, a pesar del frío. Más fácil aún es que el frío te saque de la calle.
Este mes de diciembre, por ejemplo, ya me ha deparado algunas sorpresas bastante gratas. La primera tuve oportunidad de compartirla con cuantos pasaban por la calle. De un charco de paraguas naranjas, en diferentes puntos de nuestra ciudad, emergieron los ‘hombres y mujeres libro’, que recitaron de un forma sentida y natural poemas de Javier Egea, García Lorca, Machado, Ángel González, Gil de Biedma, Pedro Salinas y fragmentos de Julio Cortázar o Patrick Süskind. Resultaba altamente reconfortante y esperanzador asistir al efecto que causaba la poesía de viva voz en mitad de la calle: la mayoría de viandantes interrumpía su paso programado, los itinerarios sufrían un revés, el discurso requería la atención y el sosiego de un banco o de una pared contra la que apoyarse y algunos versos golpeaban tanto como acariciaban otros. Las luces de navidad desaparecieron. Se convirtieron en el fogonazo o la mancha difuminada propia del miope. Algo que más que luz es borrón, espectro o muesca en el paisaje urbano.
La segunda sorpresa fue la visita de Juan Bonilla con motivo de la celebración del día de la lectura en Andalucía. El autor de ‘Nadie conoce a nadie’ o de la reciente antología de cuentos con la portada más bonita del mundo, ‘Basado en hechos reales’ (Editorial Berenice), hizo un análisis agudísimo de la importancia de la lectura y planteó una serie de interrogantes que hicieron añicos la corrección política que siempre ha rodeado a la lectura. Insistió en la importancia de la calidad sobre la cantidad. No es tanto una cuestión de cuánto se lee, sino de qué se lee y hasta que profundidades se desentraña lo que se lee. Y se alejó del tópico que asegura que leer siempre es bueno. La intervención de Juan Bonilla fue perfilando un autentico canto a la lectura, distanciado de los clichés y las frases hechas que venimos leyendo y escuchando desde hace algún tiempo ya. Parece ser cierto lo que aseguraba Juan Bonilla: pocos lectores quedan ya que sean capaces de disfrutar del mimo y la dedicación obsesiva que ha dejado el escritor en cada una de sus páginas. Ahora todo tiene que ver con el ansia, la velocidad y la vista aérea. La escala minúscula parece ser materia de unos lectores en peligro de extinción.

Juan Manuel Gil

domingo, diciembre 10, 2006

La fiesta de los libros

FIL 06

He visitado la 20ª Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL 06), e imagino que pertenezco, por tanto, a esa “lista de gorrones” a la que el señor Javier Arenas aludía la semana pasada. Creo que aseguró, palabras textuales, que “acabaría con los gorrones” sí era elegido presidente de la comunidad andaluza. La expresión suena algo grandilocuente, más propia de un sheriff entre rejas que de un político vencido, pero es que así es él y a estas alturas poco me sorprende.
Siempre que escucho opiniones de las que me siento rotundamente alejado, procuro adoptar una nueva perspectiva, intentar comprender cómo se llega a ese posicionamiento, no quedarme en una respuesta que pueda tener más pulsión que peso atómico. Les doy mi palabra de que, a mi vuelta de Guadalajara, lo he intentado como en otras ocasiones, pero los resultados han sido mínimos. No he encontrado razones que no sean mezquinas para justificar las palabras de Javier Arenas: “pediré cuentas de los gastos, los costes y la lista de gorrones” a la Junta de Andalucía. Sobre todo porque uno puede llegar a pensar que no siempre pide esas cuentas cuando se trata de ferias inmobiliarias o agrícolas, o no se las pide a quienes debe y, claro, luego ocurren cosas: que a uno le crecen los enanos en su propia casa. Pero como no quiero mezclar churras con merinas, les contaré algunas cosas que yo vi y viví durante mi estancia en Guadalajara. Y así, con las desventuras de alguien que estuvo allí y con los juicios de otro que rechazó viajar con la cultura andaluza, quizá puedan conformarse una opinión más poliédrica y completa sobre el asunto.

Programación andaluza

Para que se hagan una idea: imaginen cualquier palacio de congresos de una gran ciudad en el que los libros se han extendido como una especie de plasma balsámico y ahora lo domina todo y el edificio ha empezado a respirar con pulmones nuevos. Los asistentes se arremolinan ante los stands de las editoriales y mientras caminas por los pasillos se puede observar cómo algunos se detienen, extienden en el mismo suelo un mapa de aquel lugar y marcan con una equis las editoriales visitadas hasta el momento.
Cuando uno atraviesa las puertas de aquel enorme palacio de congresos, la primera sensación que se tiene es que allí se está llevando a cabo una fiesta, una especie de ceremonia en la que personas de todas las edades se muestran abiertamente partícipes, cómplices de aquella reunión en torno a libros, anaqueles, cafés literarios, globos, música, representaciones, conferencias, recitales y descubrimientos editoriales. Algo, tristemente, poco probable a este lado del Atlántico, donde no es el libro, donde no es la cultura, por desgracia, un elemento capaz de articular tal número de ciudadanos.
Uno de los hechos que más ha llamado mi atención ha sido la palpable presencia de adolescentes durante los cuatro días que visité la Feria. Era posible ver a jóvenes paseando con sospechosa tranquilidad entre los anaqueles del Fondo de Cultura Económica, Porrúa o Aral, hojeando libros, preguntando por el precio de tal o cual volumen o desplazándose a toda velocidad por los pasillos, con el mapa de ubicación en ristre. Llenaban las conferencias y los recitales, y casi todos los que participamos allí mostramos nuestra sorpresa ante tal avalancha de adolescentes, que parecían conspirar con los ojos muy abiertos, muy quietos, contra todo lo que escuchaban.
Para sorpresa de los que veníamos de este lado del mundo, las conferencias y los recitales de autores andaluces colgaron en multitud de ocasiones el cartel de “cupo lleno” y los asistentes que se habían quedado fuera podían seguir las intervenciones a través de pantallas dispuestas en los aledaños de las salas. La programación literaria andaluza no tardó en conectarse a los ciudadanos mexicanos que tomaron aquel lugar como un espacio de encuentro, de hermanamiento cultural, de acogida jubilosa. Y así nos lo hicieron ver en todo momento.
No quiero entrar en la hipnosis de las cifras, en la resaca que deja la inversión y los beneficios. Prefiero quedarme con la posibilidad que se le ha brindado a Andalucía de mostrar esta vez su vertiente creadora, y el éxito del proyecto. Por una vez no ha sido la Andalucía del despropósito urbanístico, de la agricultura intensiva, del alcalde expedientado y expulsado, del escándalo y la corrupción. Esta vez le tocaba a la cultura y, a mi juicio, ha sabido estar a la altura de las expectativas. La organización no ha tardado en tildar la Feria de este año como la mejor desde sus inicios.
Que el señor Javier Arenas nos llame gorrones a los que viajamos a Guadalajara, me parece un acto ruin y despreciable. Cobarde también, porque posiblemente acabe desdiciéndose o asegurando que sacaron sus palabras de contexto Pero, sinceramente, no me sorprenden lo más mínimo las palabras de alguien que no ha mostrado sensibilidad alguna por la cultura, de alguien que estará posiblemente acostumbrado a tener chófer, suculentas dietas pagadas, vuelos en bussines por la patilla y hoteles de postín pagados con el bancohotel del protocolo. La participación de Andalucía en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara ha sido todo un éxito. A pesar, como de costumbre, del Partido Popular.

Juan Manuel Gil