lunes, agosto 20, 2007

Altas temperaturas

El tren

Hace una semana, cuando el calor había pasado a ser una ordinaria con el pelo recogido en un moño y una garganta atronadora, saqué un billete de tren y me fui a comprobar qué tal andaba mi aparato locomotor y respiratorio. Con ese fin, y con el de encontrarme con unos viejos amigos que no le temen al cambio climático, me planté en el centro de Sevilla, junto a ese termómetro que siempre marca 45 ºC en la televisión, y con la mano izquierda agarre fuertemente el poste metálico que lo sostiene.
Tengo que decir que allí no había nadie. Al menos cuando solté el alarido por abrasión nadie apareció a socorrerme o a pedirme que dejara de gritar a la hora de la siesta. Así que hasta la siete de la tarde más o menos, que fue cuando empezó a salir gente de algunas bocacalles y portales, estuve convencido de que Sevilla estaba cerrada por vacaciones o, peor aún, había sido completamente arrasada por el virus de la ira.
Explico esta desasosegante situación en el centro de una ciudad, bajo un sol de justicia, durante más de cuatro horas, solo, a la vera de un termómetro que probablemente emitiera radiaciones nocivas, para añadir que el trayecto en tren fue muchísimo más destructivo e insoportable. Sé que es un viejo truco de la retórica, pero es que no miento una pizca si digo que fue así. Casi seis horas en un tren que alguien, sumido aún en la celebración de un Gran Premio de Fernando Alonso, decidió llamar R-598; seis horas en un tren que te invita a fundirte con el paisaje andaluz, sobre todo en los tramos que no superas los 45 km/h; seis horas en un tren que, en un exceso de gastronomía minimalista, lleva a bordo una máquina de refrescos y patatas fritas; seis horas en un tren que te seduce, vía tecnología punta, con una pantallita que advierte al pasajero de la próxima parada, la temperatura exterior y la hora peninsular; seis horas en un tren que parecen doce. Cada día estoy más convencido de que los coches oficiales de los cargos políticos son perjudiciales para la ciudadanía. Bien distinta sería la cosa si cada vez que tuvieran que viajar a Sevilla, que imagino que será a menudo, dejaran aparcado el coche y emprendieran el viaje en el irónico Tren de Fernando Alonso.

Sundown

Hay cafeterías, teatros, jardines y playas que acaban siendo el meridiano cero de su ciudad. Es decir, cualquier punto que vayas a fijar en un callejero cobra sentido cuando trazas la línea más corta que lleva a ese espacio-Greenwich. A partir de ese momento es más sencilla la orientación y el paso más liviano. Conozco algunas cafeterías o pubs que han llegado a trazar esa línea en algunas ciudades. Son el caso de ‘La Carbonería’ en Sevilla, ‘La Comuna’ en Córdoba o ‘El Piso’ en Málaga. Lugares que uno no tarda en darle categoría de muesca en el horizonte, como lo fue el lunar sobre el labio de Marilyn.
En Almería parece estar claro que el gran espacio-Greenwich es el Parque Natural de Cabo de Gata. Todo las posibles líneas de huida son irradiadas por ese impresionante animal de piel dura y ojos brillantes. Pero quizá necesitábamos un punto que se extendiera sobre sí mismo en cuanto llegara la puesta de sol, que nos engatusara y metabolizara la sal de nuestro cuerpo, que nos diera de beber cuando nos queda casi todo por decir. Ese lugar ya es una realidad. Se llama Sundown Coffee Hall y se broncea en el Paseo Marítimo de Cabo de Gata (www.sundowncabodegata.com). Tiene el mismo peso atómico que el oxígeno y el hidrógeno, y su fotosíntesis no dista demasiado de la de cualquier planta rica en clorofila: cócteles, carta de vinos y cervezas, tapas de cuidada elaboración y un atractivo diseño del espacio y su mobiliario. Un lugar que no tiene pérdida para los que buscan el extravío, las últimas horas del día y la línea más corta que lleve al meridiano cero. Aconsejo que, si deciden ir, lo hagan a la hora de la puesta de sol. Es probable que también le den la categoría de muesca en el horizonte. Si sucede así, me gustará saberlo. Déjenlo escrito en La casa del nadador.

Juan Manuel Gil

lunes, agosto 13, 2007

Un verano en el polo norte

Conquistadores

Ocurre a primera hora de la mañana. Algunos de nuestros jubilados se calzan las chanclas, cogen los bártulos, enfilan el paseo marítimo y clavan sus sombrillas en primera línea de playa. Se trata de una ceremonia de colonización cada vez más extendida que busca trazar los límites que escapan a la ley de costas. El trozo de tierra que va desde aquí hasta allí me pertenece, parecen decir los que dibujan una línea imaginaria que une la sombrilla con la hamaca, pasando por el cubo, la toalla, el perro, el protector solar y la señora del bañador estampado. Los ayuntamientos ya se han puesto manos a la obra y piensan sancionar a quienes practiquen estas artimañas que hacen añicos la conciencia cívica. Todo lo contrario que Rusia. Sí, el país del gas natural, el polonio, la Plaza Roja, las juventudes de Putin, el líquido anticongelante, el vodka y la estación espacial. Allí, analíticos ellos, han observado el curioso proceder de nuestros mayores y lo han aplicado a su insaciable sed de expansión. De este modo, han tripulado dos pequeños submarinos o batiscafos (Mir-1 y Mir-2) hasta alcanzar 4.302 metros de profundidad en las aguas del Polo Norte y han clavado su bandera –de titanio para soportar la erosión- en un intento de dejar claro lo que es de cada uno. Expertos en política exterior y geopolítica aseguran que una bandera no basta para pedir la soberanía. Pero, ¿y si hubiesen clavado una sombrilla de titanio a más de 4000 metros de profundidad?

Desacuerdos

Yo estaría dispuesto a borrar mi nombre de la faz de la tierra y adoptar el de Cajamar si me ofreciesen esos cuatro millones de euros. No irían a parar a gradas supletorias, pero a buen seguro que la inversión sería muy provechosa y refrescante. Lo que ocurre es que cuando el nombre que tienen que cambiar es el de un estadio la cosa no resulta tan sencilla. Conozco el asunto por lo que he leído en diferentes medios de comunicación; evidentemente no he tenido acceso a las reuniones de negociación y, quizá, de haberme invitado tampoco habría asistido. Pero la idea que más ha calado en mí ha sido la de un berrinche a los pies de la incubadora. Es decir, de cómo le ponemos al niño si tiene los ojos del padre pero la madre es quien lo amamanta. La caja de ahorros, que es la entidad que iba a acarrear con esa suculenta manutención, insistía en que se llamase como ella, como la madre, Cajamar a secas. Cosa que parece lógica si hay cuatro millones de por medio y un ascenso a primera división en el cielo de la boca. Y el señor Megino, que fue quien orquestó los Juegos del Mediterráneo desde aquel cargo que le rebanó al alcalde en el último momento, dice que tiene que llevar apellidos: o Mediterráneo o 2005. Así que nos encontramos con el primer número circense de la temporada: el primer partido de liga a la vuelta de la esquina, una entidad bancaria ofreciendo una cantidad más que suculenta para un club recién ascendido, un Megino empeñado en que el estadio tenga rima y un alcalde que ve venir lo que tantos dolores de cabeza le trajo durante la legislatura pasada. Mientras, los aficionados se preguntan dónde está el problema, qué es lo que realmente produce el desacuerdo entre el Ayuntamiento y la entidad bancaria.

Pesquisas

El perro de mi vecino, el que fue secuestrado a raíz de un artículo publicado en estas mismas páginas (17/07/07), sigue sin aparecer. Mis incursiones en el núcleo duro del vecindario, aunque se vienen desarrollando con bastante agilidad, no están dando el resultado esperado. Se han recibido dos notas y una llamada que no dio tiempo ni a atender y ni a localizar, pero que se ha incluido en el mapa de pesquisas. Mi vecino, aunque se le nota visiblemente afectado, no ha perdido la esperanza de encontrar al autor de estos hechos. Sí, han leído bien. En los tres últimos encuentros que he tenido con él, no ha mencionado ni ha aludido una sola vez al pastor alemán y a su presumible salud maltrecha. Insiste en encontrar al responsable de esta desgraciada situación. Repite una y otra vez los nombres de algunos vecinos. Hurga en la basura lo que para él puede ser una pista delatora. Y, cada vez que lo escucho hablar, me recuerda a esas películas del oeste donde, por muy tranquila que pareciera la noche, iban a tener que cerrar las ventanas a cal y canto y llevar a los niños a sus habitaciones.

Juan Manuel Gil

sábado, agosto 04, 2007

Cuaderno de verano

La siesta

El mes de julio es el más propicio para la siesta. Si el Instituto Nacional de Estadística no lo ha dicho ya, lo confirmo yo sin miedo alguno a equivocarme. En cuanto terminamos de deglutir todo lo que se dispone sobre el mantel, nos zambullimos en el sofá a la espera de su abrazo y comienza el fenómeno narcótico más efectivo que se ha creado nunca: Le Tour de France. Ahí es nada. Comienzan los comentarios de Carlos de Andrés y Perico Delgado que, como si en el eje de una llanta tubular hubieran vivido durante todo el año, vuelven una y otra vez a las mismas afirmaciones, a los mismos nombres, a las esperanzas del año anterior, con los chismorreos ciclistas más interesantes de la temporada. Y no piensen mal por esto que escribo. Creo que hay que estar hecho de una pasta muy especial para comentar una sucesión de etapas que, en ocasiones, superan los doscientos kilómetros y no hay más aliciente que una posible caída al salir de una rotonda. Es algo parecido a lo que ocurre con los comentaristas de las procesiones de Semana Santa en Canal Sur. Cuando no hay mucho qué decir, o tiras de la inventiva o te repites hasta el espasmo. Y Carlos y Perico nos acunan y adormecen con sus análisis y predicciones a falta de ciento cuarenta kilómetros, y nos despiertan cuando la Teté de la course pasa bajo el cartel de los últimos cinco kilómetros. De eso depende, en gran medida, que esa misma tarde tengamos tema de conversación o nos veamos obligados a otorgar con el más aburrido de los silencios.

El solitario

El Solitario, el ladrón de bancos más buscado de España, el enemigo público número uno, tenía pensado contraer matrimonio nada más zanjar un asuntillo que lo había llevado a Portugal. Al parecer preguntó a su pareja, de nacionalidad brasileña, si se quería casar con él y cómo se decía en brasileño ‘Esto es un atraco. ¿Dónde está la caja fuerte?’. Aunque no he leído esta información en ningún medio, creo que ella supo aliviar las dudas de este romántico cuatrero, porque tenía billete de ida para Brasil y lo apresaron en las inmediaciones de un banco. Despeinado, con algún kilito de más y el gesto eufórico de quien se siente el centro de atención de las cámaras, no acabó cumpliendo el patrón que la policía había perfilado a vuelapluma. Ni era militar. Ni extremadamente inteligente. Ni tenía cuarenta y pocos. Ni era el chaleco antibalas lo que lo hacía un pelín gordo. Ni solía pasar desapercibido en su vida cotidiana. Al parecer, según nos han ido contando sus vecinos de Las Rozas y de Majadahonda –su anterior domicilio-, él y su hermano eran conocidos como ‘los locos’, acostumbraban a pelearse botellín en mano a la mínima de cambio, despertaban al vecindario entero a golpe de batería y el Solitario, en concreto, tenía una retahíla de antecedentes penales que echaban para atrás al más valiente. Entiendo que insistan ahora en su carácter metódico, frío y calculador; en su facilidad para los idiomas; en su preparación para manipular armamento de gran complejidad; en su obstinación por hacer las cosas bien. Es mucho más interesante así, dónde va a parar.

Juan Manuel Gil