lunes, febrero 23, 2009

Collioure



Acabo de volver de Collioure. La Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía y el Centro Andaluz de las Letras han participado en los actos de conmemoración del 70 aniversario de la muerte de Don Antonio Machado. Y allá que nos hemos plantado una comitiva para presentarle nuestros respetos al poeta sevillano. Ha sido una experiencia altamente emotiva. Un grupo de escritores leyó una mínima pero suculenta muestra de la poesía de Machado en la Fundación que lleva su nombre; visitamos el Hotel Bougnol-Quintana, que lleva años cerrado a cal y canto, pero que conserva intacta la habitación donde Don Antonio murió y pasó sus últimos días; acudimos al cementerio y dejamos sobre su tumba un arrayán de la Casa de Dueñas de Sevilla; escuchamos a Paco Ibañez cantar a los pies de la tumba; y andurríamos por el pueblo de un lado a otro. Collioure es brutal. Mejor sitio para vivir que para morir. Aunque tampoco es que disguste yacer allí para siempre. Dos noticias sobre los actos: esta y esta otra.

Los escritores invitados son los que figuran en esta foto. Uno por provincia. A los que habría que añadir la presencia especial de otros como Aurora Luque, Antonio Jiménez Millán, Rafael de Cózar y A. R. Almodóvar.


De izquierda a derecha: Julio Neira (Coordinador del Centro Andaluz de las Letras), Ana Toledano (Jaén), Nuria Pérez (Huelva), Paco Ibáñez, Carmen Camacho (Sevilla), Raúl Díaz Rosales (Málaga), Javier Vela (Cádiz), Elena Medel (Córdoba), Fernanado Valverde (Granada) y por Almería un servidor.

domingo, febrero 15, 2009

Antología Chilango-Andaluz

Por fin ha caído en mis manos. Es un lujo formar parte de la antología II Recital Chilango-Andaluz, amorosamente editada por el Cangrejo Pistolero (Sevilla). Mil gracias por contar con un servidor. Es cien por cien recomendable. Para hacer su inminente pedido: aquí. No hay que ir muy lejos.

lunes, febrero 09, 2009

Inopia en El Maquinista de la Generación (20)

En el último número de El Maquinista de la Generación, el brutal y electromagnético escritor Antonio Orejudo ha publicado una reseña de Inopia que parte la pana. Esta vez dedican el monográfico a la narrativa andaluza actual y bien merece la pena tener un ejemplar a mano. Háganse con él. En serio. Enlazo la primera página del artículo y, seguidamente, copio el texto que se corresponde con la misma. Este texto ya es para mí como un hijo. Quizá más.
DESAPARECIDOS
(Sobre Juan Manuel Gil: Inopia, Almería, El Gaviero Ediciones, 2008.)

Antonio Orejudo
Uno. Paramos a echar gasolina en el área de servicio. Mientras yo llenaba el depósito, ella entró al baño. Pagué el combustible, cogí el periódico y esperé a que saliera. Pero no volví a verla nunca más.
Dos. Un día recibí un paquete de mi amigo. Contenía 9 rollos de película en súper 8 y una carta donde explicaba lo sucedido. Una mañana se había despertado y se había dado cuenta de que su cámara se había quedado encendida sobre el trípode toda la noche. Accidentalmente había filmado su sueño. Movido por la curiosidad, mi amigo reveló la película, pese a que ver a un hombre durmiendo en un plano fijo de seis horas no parecía a primera vista un plan muy interesante. Y sin embargo algo había en esas seis horas de filmación que lo desazonó. Me invitaba a que lo viera. Era el rollo número 1. Durante horas mi amigo no hacía otra cosa salvo dormir; se daba la vuelta a la derecha, se daba la vuelta a la izquierda, se tapaba, se destapaba, se incorporaba en sueños y volvía a echarse. Nada de particular hasta la mitad del rollo. Entonces, por espacio de un segundo, apenas unos cuantos fotogramas, la película se velaba. Mi amigo desaparecía de la imagen, pero en seguida volvía a aparecer. Era un defecto de la película. Eso pensó mi amigo. Bueno, eso pensé yo. Mi amigo pensó otra cosa, y a la noche siguiente dejó, esta vez conscientemente, la cámara encendida durante sueño. El resultado estaba en el rollo 2. En él se veía a mi amigo durmiendo tan inquieto como la noche anterior, y hacia la mitad del rollo la película volvía a velarse. Esta vez era un intervalo mayor. Convencido de que aquello no era una casualidad, mi amigo repitió la operación varias noches seguidas. En los rollos 3, 4, 5 y 6 el intervalo de película velada era cada vez mayor. En los rollos 7, 8 y 9 aquel extraño fenómeno ya no parecía un defecto de la película. Era más bien como si la cámara lo succionara, lo abdujera, lo arrebatara y lo trasladara a otra dimensión. ¿Dónde estoy en todo ese tiempo? ¿Dónde me lleva?, preguntaba mi amigo en la carta. Y añadía: no puedo dejar de filmarme, es una especie de adicción, y cada vez me siento más débil, como si la cámara me estuviera chupando la sangre. Te escribo, me decía, poco antes de cargar la cámara con el décimo rollo que no encontrarás en el paquete que te envío. Si sucede lo que temo, el décimo rollo estará ahora mismo en la cámara, y la cámara en mi apartamento. Ven, me pidió. Y yo fui. Y abrí la puerta y cuando entré la cámara todavía filmaba, pero amigo no estaba en la cama. Mi amigo había desaparecido.
La primera desaparición está tomada de una producción franco holandesa, The Vanishing, de George Sluizer, la película más aterradora que he visto jamás, si no cuento El cebo, de Ladislao Vajda, que me atormentó siendo niño, y que también trata de desapariciones. La segunda está tomada de la película más inquietante que haya hecho jamás en España, Arrebato, de Iván Zulueta, estrenada en 1979, el mismo año que nació Juan Manuel Gil. Las dos desapariciones bien podrían formar parte de Inopia, uno de los libros más interesantes e inquietantes que se han escrito en España en lo que llevamos de siglo.
Las dos desapariciones venían una y otra vez a mi cabeza, mientras leía las historias fragmentadas y entrecruzadas que sostienen el texto de Juan Manuel Gil: la historia de Héctor y Lola, a los que les gusta desaparecer pero al mismo tiempo seguir siendo vistos; la historia de Pier Paolo Pasolini (P.) y la de Marco Pantani, que desaparecieron sin dejar rastro; la historia de Carmela y Yassine, que desaparecen para dejar de ser invisibles; la historia del bibliotecario Mateo Garcés, que desaparece por el sumidero de su propio sueño; la historia del traductor Jules Jameux, que sólo dejo al desaparecer olor a amoniaco; la historia de Mónica Barragán, que se esfumó en el trayecto hacia el autobús; y las historias de Michel Houellebecq, de Teresa, o de Tariq Sadikki, que simplemente desaparecieron porque sí.
Cuando la literatura que se está haciendo en España a principios del siglo XXI se estudie en la universidad como estudiamos la del Siglo de Oro, se dirá que este es un período de transición y de búsqueda. De transición entre dos culturas brutalmente contrapuestas. No sé cómo las llamarán: la cultura libresca y la cultura electrónica, quizás; la cultura literaria y cultura la audiovisual, tal vez. Y de búsqueda. Búsqueda de nuevos temas o de nuevos modos de contar los temas de siempre.
Hasta el siglo XIX la novela fue la reina de la narración y del ocio. Si alguien quería contar algo, lo contaba en una novela. Si alguien quería vivir una nueva experiencia leía una novela. Si alguien quería viajar, leía una novela. Con la aparición del cine la novela cedió muchas de sus competencias. Tuvo que ceder en primer lugar ciertos temas, como las narraciones de aventuras o de piratas, y también cierta manera de contar las cosas. El relato lineal, por ejemplo, tan decimonónico y tranquilizador con su principio, su nudo y su desenlace, quedaba mejor contado en imágenes. Desde entonces y hasta ahora la novela no ha hecho sino replegarse, ceder competencias a las diferentes modalidades de ocio y entretenimiento que han ido apareciendo. Las novelas ya no ofrecen nuevas experiencias. Para eso están las drogas, que se han democratizado durante todo el siglo XX; o los videojuegos, o la realidad virtual, cada vez más sofisticada y eficaz, o las compañías aéreas de bajo coste, gracias a las cuales podemos ir por muy poco dinero a lugares donde antes sólo nos llevaba la imaginación. Y en cuanto a la función de retratar un lugar, un paisaje, un tipo curioso, un ambiente o una atmósfera peculiar, traer a los ojos lo llamaban los retóricos, es mejor comprarse una buena cámara digital, y colgar las fotos en nuestra página web.
En estos periodos de transición y búsqueda que se han repetido muchas veces a lo largo de la historia sólo hay dos actitudes artísticas: la primera es seguir cocinando la tortilla de patatas de siempre, como si nada hubiera cambiado a nuestro alrededor. La segunda es buscar. Buscar esos temas que solo pueden ser tratados con palabras. Buscar en qué ámbitos la sintaxis es superior a la imagen e incluso a la experiencia. Buscar, ya que la novela ha sido destronada, un nuevo reino. Buscar modos nuevos de contar, delimitar la pequeña parcela que se nos ha quedado a los escritores, tras haber cedido buena parte de nuestro territorio a las nuevas modalidades de ocio y entretenimiento.
[Continúa en El Maquinista de la Generación, Número 16, pp. 173-174]

jueves, febrero 05, 2009

Premio Sintagma Novel

La librería Sintagma ha comenzado a trabajar en una nueva edición del Premio Sintagma Novel. En su edición de 2007 lo ganó Domingo Villar con Ojos de agua (Siruela) y en 2008 Antoni Casas con El teorema de Almodóvar (Seix Barral). Me acabo de enterar de que Inopia será la que abra la edición 2009, cosa que me alegra muchísimo. Es un lujazo estar entre los libros que este año optarán al premio. Sobre todo porque el jurado está formado por lectores empedernidos elegidos para la ocasión. Corto y pego la noticia recogida en Novapolis.


"Comienza una nueva edición del Premio Sintagma Novel. La librería apuesta por nuevos autores y un jurado de clientes, a los que le regalarán los libros, contarán sus impresiones. Falta un miembro para este jurado y si quiere ser parte, has de acertar la siguiente pregunta: ¿qué famosa escritora ganó el Premio Nadal en 1944 siendo novel?
El primer candidato es Inopia (El gaviero) de Juan Manuel Gil. Tanto la editorial como el autor son dos valores más que asentados de la cultura almeriense. Juan Manuel Gil da el salto a la narrativa después de que la editorial DVD publicara su poemario Guía inútil para un naufragio. Inopia es un libro arriesgado y a contracorriente que viene avalado por un prólogo de Enrique Vila Matas."

martes, febrero 03, 2009

Todas las fiestas son pocas

Nuevo andamiaje para esta piscina. Estrenamos logo. Y se lo debemos al talentazo de mi amigo Manu Muñoz -un chacal de las ideas- con el que estoy en deuda por el tiempo y esfuerzo invertidos. El reciente encalado de las paredes no es sino un paso más en el intento de revitalizar esta casa. Esta vez sí, sean todos los nadadores bienvenidos. El agua está de lujo.


Comienzo esta nueva época declarando La casa del nadador en fiesta. Mi amigo Jordi Dauder acaba de ganar el premio Goya al mejor actor de reparto por su interpretación en Camino, de Javier Fesser. No creo que otro actor lo mereciera más que él. Como máximo, igual. Y primero tendríamos que hablar largo y tendido. Si aún no han visto la película, vayan y comprueben la altura a la que interpreta Jordi Dauder. Ya les adelanto yo que en lo personal rompe el molde. Y, como no, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, rescato el retrato de Jordi que publiqué en La Voz de Almería en 2006. El texto pertenece a la serie Retratos en la ciudad. Era Abril.


El hombre fronterizo

No hace mucho volví a saber de él. Recibí un fax de letra apretada y renglón limpio con el membrete del NH Deusto que me confirmaba su paradero. En verdad, hablar con él del tiempo y sus viajes siempre ha conllevado romper algunas reglas de la velocidad y de los recuerdos; de las leyes físicas que determinan las probabilidades de un futuro encuentro. En el fax me daba 17 estremecedoras respuestas a las preguntas que un día yo le hice llegar, y les aseguro que he estado dándole vueltas a la posibilidad de limitarme a transcribirlas. Finalmente, me he decantado por no hacerlo y seguir trenzando cobre al modo que hasta ahora se ha hecho en ‘Retratos en la ciudad’. Quizá algún día vea la luz la entrevista íntegra.
Creo que la primera vez que hablé con Jordi Dauder (Badalona, 1938) fue a la salida de una de las funciones teatrales que las Jornadas de Teatro de Siglo de Oro habían traído al Auditorio Maestro Padilla. Pero no lo puedo asegurar porque luego se reprodujeron los encuentros casi de forma celular, amontonándose uno encima del otro, plegándose sobre sí mismos y dejando huecos para los que estaban y aún están por llegar. Ahora, aquí, después de ese tiempo, decir que Jordi Dauder es actor, escritor y una de las personas más comprometidas que yo he conocido en mi vida es, sin lugar a dudas, simplificar demasiado. Así que les cuento algunas cosas.
Él dice que posiblemente se dedicó al teatro por atmósfera familiar. Su padre fue un dramaturgo que tuvo la ocurrencia de estrenar con gran éxito una obra de contenido social en el año 36. Así que Jordi Dauder no lo conoció hasta los dos años y tuvo que ir a la prisión de Valencia, que era donde purgaba las penas por sus convicciones republicanas. Aun así, él recuerda una infancia plagada de veladas literarias en casa, donde su padre se reunía con actores y amigos para hablar sobre sus obras, que nunca más se pudieron representar.
Después de estudiar en París, un hecho marcaría definitivamente su poliédrica carrera: conocer a José Sanchis Sinisterra (Premio Nacional de Literatura Dramática 2004) y ‘El Teatro Fronterizo’. En definitiva, un modelo de teatro que le permitiría decir públicamente ideas y principios que compartir. Jordi Dauder empezaba así a forjarse una concepción de la dramaturgia que lo iba a acompañar siempre: el teatro como transgresión, como crítica, como acto lúdico y sensorial. Y es que Jordi reivindica este género por todo aquello por lo que en el curso de la historia, tanto el poder político como la iglesia lo han denunciado, prohibido, perseguido y condenado.
A partir de aquí, desmadejar los diferentes caminos que anduvo resulta una tarea prácticamente perpetua. El extremo del cordel está siempre tras el próximo paso: poesía (Premio Martí i Pol), narrativa (Premio Ciudad de Sabadell), traducción (Strindberg, Beckett y Duras), televisión, cine, doblaje (actor y director) y, por supuesto, teatro (Premio Sant Jordi al mejor actor del año 1991). Además, fue uno de los miembros fundadores de legendarias revistas que hoy están incómoda y nerviosamente vivas, como El viejo topo y Quimera, a las que sigue ligado, consciente de que son más necesarias que nunca las voces disidentes y críticas. Y su compromiso, en todo lo que acaba involucrado.
Al igual que a muchos de los que ahora mismo leen estas líneas, el día que los actores mostraron sus camisetas con el No a la Guerra en el Parlamento se ha estancado en mi cadena de ADN. En primer lugar, por lo que supuso el acto en sí. En segundo, porque cuando afilé la mirada encontré a mi amigo Jordi Dauder junto a otros actores y actrices, con labios apretados, ojos demasiados abiertos y hombros rígidos cubiertos por manos. Hoy, cuando vuelve a aquellos días y los analiza, asegura que fueron “simplemente una voz más entre los millones de voces que se alzaron. El hecho de ser personajes públicos incidió en una mayor repercusión. Lo más despreciable de aquel momento fue el trato vergonzoso e insultante a la entrada del parlamento con cacheos e intentos de desnudarnos. No teníamos decidido el momento en que abriríamos nuestras camisas para mostrar el repudio a la guerra. Pero casi de manera unánime lo hicimos tras unas terribles palabras de Aznar: ‘No se es más demócrata por llevar una pancarta contra la guerra’. Fue emocionante estar allí plantados sintiéndonos también, en parte, ‘representantes’ de los millones de personas que salieron a la calle y de ese 95% que en las encuestas se oponían a la guerra” Lo cierto es que, por muchas veces que relea las palabras de Jordi, siempre acaban por estremecerme, por devolverme a aquellos difíciles y trágicos días.
Hace unas semanas Jordi Dauder volvió a Almería. Lo hizo nuevamente en mitad de las Jornadas de Teatro del Siglo de Oro, aunque desde hace algún tiempo empieza a acumular en esta tierra serias razones para el viaje más frecuente: el de las cafeterías y las notas en letra minúscula; el de los paseos y el viento. Para él, Almería es una maravilla geográfica y humana abandonada por las instituciones y horriblemente comunicada. Una ciudad que corre el peligro de deteriorar su belleza por la espuria voluntad de la mafia del ladrillo. Y en cultura, sus juicios no distan demasiado de los otros retratados en esta serie: urge un trabajo cultural profundo, y para ello es necesario que Almería esté en contacto con todo lo que sucede en el mundo cultural.
Cada vez que hablo con Jordi Dauder acabo saltando entre los huecos de su voz. Parece apropiarse de la caja torácica del patio de butacas. En esa vibración uniforme y grave van los sonidos de otro tiempo, de otros días: su colaboración con la independencia argelina, su experiencia en el Sáhara con el Polisario, su lucha contra el franquismo, sus encierros voluntarios para escribir, sus recuerdos y, lo más inquietante, los míos.