Lectores veraniegos
Recuerdo que el año pasado, más o menos por estas fechas, cayó en mis manos un libro que me refrescó las tardes de julio y al que reserve un importante hueco en ‘La casa del nadador’. Se trataba de ‘Viaje infame a Cancún’ de Alberto Viertel, una novela que me plantó dos guantazos y acabo atrapándome en el personalísimo mundo de Uan Casanova, personaje trasunto del propio autor. Así que en cuanto he empezado con las lecturas que había pospuesto para este tiempo de mayor tranquilidad ―al menos para mí―, no he dejado de pensar en la posibilidad de dar con un libro de efecto balsámico parecido.
Desgraciadamente no ha sido así. Al menos hasta ahora. Uno se sienta en la puerta de casa cuando el aire alivia un poco y espera con paciencia un cambio, alguna indicación, una leve señal que le lleve a ese estado de desvelo, cuando la búsqueda ha sido larga y fatigosa. O lo que es lo mismo: si uno lee es porque espera hallar algo. Si eso no sucede a pesar del esfuerzo lector, se acaba por recoger los bártulos y buscar en algún otro lugar que no ande muy lejos.
Quizá, en lo que llevemos de verano, ningún libro me haya traído lo que ‘Viaje infame a Cancún’, pero eso no significa que no estén llegando otras cosas. De hecho, algunos de esos libros superan en calidad la obra de Viertel sin ningún atisbo de duda. Ahora mismo me vienen a la cabeza el concepto de thriller en la ‘Ciudad de cristal’ de Paul Auster, el desbordante caudal imaginativo de Rafael Reig en ‘Manual de literatura para caníbales’ o el aire documental de la obra de Agustín Fernández Mallo ‘Nocilla Dream’, que son algunas de las obras que han pasado recientemente por mi mesita de noche.
Teoría Gaia
Pero hoy quiero detenerme en la obra que me ha saboteado el verano y, probablemente, diez o quince veranos más. Se trata de ‘La venganza de la tierra’ de James Lovelock, un ensayo sobre las inminentes consecuencias del cambio climático. Para quienes no conozca a este señor, les diré ―hay gente a la que le gusta los eslóganes― que ha sido calificado como ‘uno de los grandes pensadores de nuestra época’ o ‘uno de los cien intelectuales más importantes del mundo’; además, fue el padre de una de las teorías más controvertidas del ecologismo: la Teoría de Gaia.
Yo sé que esto que voy a hacer no está del todo bien, pero me van a disculpar si reproduzco literalmente parte del texto que viene en la contraportada invitando a su lectura: ‘Durante miles de años, la Humanidad ha explotado la Tierra sin tener en cuenta las consecuencias. Ahora que el calentamiento global y el cambio climático son evidentes para cualquier observador imparcial, la Tierra comienza a vengarse’.
Alguno habrá pensado, con toda lógica, que no se trata de un fragmento que anuncia un ensayo científico, sino una novela de Stephen King o Michael Crichton. Pero no es así. James Lovelock en este ensayo nos advierte de las catastróficas e inminentes consecuencias que conllevará el calentamiento global si seguimos aferrados a unos planteamientos egoístas. ¿Y cuáles son esos planteamientos? Básicamente la sobreexplotación de la Tierra, la producción descontrolada de dióxido de carbono y un ecologismo de más apariencia que sentido común.
Según James Lovelock, el punto de retorno del cambio climático ya lo hemos superado. Así que lo único que podemos hacer es amortiguarlo lo máximo posible. Para ello debemos apostar por una energía efectiva que garantice el suministro en tiempos de crisis mundial ―provocada por el cambio climático, claro―, y ésa es la energía nuclear. La eólica, la biomasa, la hidroeléctrica, la solar o la mareomotriz, hoy por hoy, están muy lejos de resolver un problema que requiere soluciones a corto plazo. Ni siquiera la energía de fusión, que posiblemente en un futuro sea una gran fuente de abastecimiento, puede sacarnos, en los próximos años, las castañas del fuego.
El alegato de James Lovelock resulta tan difícil de concebir como estremecedor. Sus descripciones del deshielo, de las inundaciones de Liverpool o Londres, de las emigraciones masivas, descontroladas y conflictivas, de las progresivas extinciones de especies o del aumento abrasivo de la temperatura son aterradoras. A uno le acaba resultando más cómodo tachar sus ideas de disparates, o creer, como en un principio, que se trata de una novela de King o Crichton. Porque, de otro modo, te puede pasar como a mí. Que un libro te sabotea el verano y, probablemente, los quinces próximos también.
Juan Manuel Gil
Recuerdo que el año pasado, más o menos por estas fechas, cayó en mis manos un libro que me refrescó las tardes de julio y al que reserve un importante hueco en ‘La casa del nadador’. Se trataba de ‘Viaje infame a Cancún’ de Alberto Viertel, una novela que me plantó dos guantazos y acabo atrapándome en el personalísimo mundo de Uan Casanova, personaje trasunto del propio autor. Así que en cuanto he empezado con las lecturas que había pospuesto para este tiempo de mayor tranquilidad ―al menos para mí―, no he dejado de pensar en la posibilidad de dar con un libro de efecto balsámico parecido.
Desgraciadamente no ha sido así. Al menos hasta ahora. Uno se sienta en la puerta de casa cuando el aire alivia un poco y espera con paciencia un cambio, alguna indicación, una leve señal que le lleve a ese estado de desvelo, cuando la búsqueda ha sido larga y fatigosa. O lo que es lo mismo: si uno lee es porque espera hallar algo. Si eso no sucede a pesar del esfuerzo lector, se acaba por recoger los bártulos y buscar en algún otro lugar que no ande muy lejos.
Quizá, en lo que llevemos de verano, ningún libro me haya traído lo que ‘Viaje infame a Cancún’, pero eso no significa que no estén llegando otras cosas. De hecho, algunos de esos libros superan en calidad la obra de Viertel sin ningún atisbo de duda. Ahora mismo me vienen a la cabeza el concepto de thriller en la ‘Ciudad de cristal’ de Paul Auster, el desbordante caudal imaginativo de Rafael Reig en ‘Manual de literatura para caníbales’ o el aire documental de la obra de Agustín Fernández Mallo ‘Nocilla Dream’, que son algunas de las obras que han pasado recientemente por mi mesita de noche.
Teoría Gaia
Pero hoy quiero detenerme en la obra que me ha saboteado el verano y, probablemente, diez o quince veranos más. Se trata de ‘La venganza de la tierra’ de James Lovelock, un ensayo sobre las inminentes consecuencias del cambio climático. Para quienes no conozca a este señor, les diré ―hay gente a la que le gusta los eslóganes― que ha sido calificado como ‘uno de los grandes pensadores de nuestra época’ o ‘uno de los cien intelectuales más importantes del mundo’; además, fue el padre de una de las teorías más controvertidas del ecologismo: la Teoría de Gaia.
Yo sé que esto que voy a hacer no está del todo bien, pero me van a disculpar si reproduzco literalmente parte del texto que viene en la contraportada invitando a su lectura: ‘Durante miles de años, la Humanidad ha explotado la Tierra sin tener en cuenta las consecuencias. Ahora que el calentamiento global y el cambio climático son evidentes para cualquier observador imparcial, la Tierra comienza a vengarse’.
Alguno habrá pensado, con toda lógica, que no se trata de un fragmento que anuncia un ensayo científico, sino una novela de Stephen King o Michael Crichton. Pero no es así. James Lovelock en este ensayo nos advierte de las catastróficas e inminentes consecuencias que conllevará el calentamiento global si seguimos aferrados a unos planteamientos egoístas. ¿Y cuáles son esos planteamientos? Básicamente la sobreexplotación de la Tierra, la producción descontrolada de dióxido de carbono y un ecologismo de más apariencia que sentido común.
Según James Lovelock, el punto de retorno del cambio climático ya lo hemos superado. Así que lo único que podemos hacer es amortiguarlo lo máximo posible. Para ello debemos apostar por una energía efectiva que garantice el suministro en tiempos de crisis mundial ―provocada por el cambio climático, claro―, y ésa es la energía nuclear. La eólica, la biomasa, la hidroeléctrica, la solar o la mareomotriz, hoy por hoy, están muy lejos de resolver un problema que requiere soluciones a corto plazo. Ni siquiera la energía de fusión, que posiblemente en un futuro sea una gran fuente de abastecimiento, puede sacarnos, en los próximos años, las castañas del fuego.
El alegato de James Lovelock resulta tan difícil de concebir como estremecedor. Sus descripciones del deshielo, de las inundaciones de Liverpool o Londres, de las emigraciones masivas, descontroladas y conflictivas, de las progresivas extinciones de especies o del aumento abrasivo de la temperatura son aterradoras. A uno le acaba resultando más cómodo tachar sus ideas de disparates, o creer, como en un principio, que se trata de una novela de King o Crichton. Porque, de otro modo, te puede pasar como a mí. Que un libro te sabotea el verano y, probablemente, los quinces próximos también.
Juan Manuel Gil