Vuelve
esta columna. Aumenta su extensión hasta alcanzar cuatrocientas cincuenta
palabras. Unos dos mil quinientos cincuenta caracteres. Espacios incluidos y
título aparte. Esta columna vuelve con el otoño, el cambio de hora, los presupuestos
generales del Estado, la educación por lo suelos, la rabia por las nubes, los
conciertos bajo techo, los planes de futuro, los borrones del pasado y la
esperanzadora intuición de que esta vez hemos llegado a tiempo de aprovechar,
al menos, un pellizco de tiempo. Así que he despejado mi mesa de libros,
cuadernos, papeles, periódicos, tazas, bolígrafos, semillas y migas de pan. He
pasado la bayeta y he dispuesto en una esquina lo indispensable. Aguja, hilo y
dedal. Lo he hecho con el convencimiento de que hay algunos asuntos sobre los
que puedo escribir con cierta solvencia, aunque esta vez no me haya decidido a
hacerlo. Me estoy refiriendo, por ejemplo, a todos los libros que este año
leeré y comentaré con mi amigo Isidoro mientras buscamos un rato de sol. A los largos
paseos que daré de aquí para allá hasta que me roben otra vez la bicicleta en
ese lento instante del descuido. Cabrones, devolvédmela. A la noche de los
jueves, de los viernes, de los sábados y de los domingos alternos. Estoy
hablando de ese hombre de pelo blanco, labios blancos y ojos casi blancos que
juró matarme antes o después, mientras inexorablemente se cerraba la puerta del
ascensor. De las veces que este vergonzoso Gobierno nos pondrá el alma a dieta
y aducirá razones de sobrepeso moral. De las veces que tú y yo coincidiremos en
el cineclub, en el dentista, en el trabajo, en el bar, en la calle, en Instagram, en la tienda de comida para
llevar y en esos poemas que tarde o temprano tendremos que leer si queremos que
algo cambie. Cuatrocientas cincuenta palabras para contar que en ocasiones hay
muy poco que contar, y aun así tenemos mucho que escribir. Dos mil quinientos
cincuenta caracteres para nombrar con los ojos todo aquello que no pasa de la
garganta o se nos amontona debajo de la lengua. Una Hipstamatic semanal. Cada miércoles. Como hoy. Que es el típico día
en que se me rompe el coche, creo haber visto a Stephen King en el aparcamiento
del Mercadona, me despierto un minuto antes de que toque el despertador o tengo
el presentimiento de que está a punto de caer esa gran nevada que todos
llevamos esperando días o siglos. Vuelve esta columna con ganas de mancharte la
punta de los dedos y el cristal de las gafas. Quiero saber de ti. Sienta muy
bien estar de vuelta.
1 comentario:
Habría que leerlos, si, esos poemas, para que algo cambie, si tuvieran el poder de cambiar. Y las cosas que se nos amontonan en la garganta o debajo de la lengua. Demonios que hay que echar fuera, aunque sea boli en mano.
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